115 días han pasado desde que el Covid-19 prendió sus luces en México y que no se ha apagado la alerta que tiene nuestras almas en vilo, apesadumbradas y, hay que decirlo, de alguna manera indignadas. Llevamos casi 82 prácticamente sin salir. Las valientes escapadas para lo indispensable dejan un sentimiento de indefensión. Cada día está la presencia constante del temor.
Sin embargo, este tiempo abrió otras ventanas: detenernos en nosotros mismos, un poco para re-conocernos y saber qué hemos perdido de nuestra esencia en la vorágine de la vida cotidiana. Recobrar momentos y dinámicas amorosamente familiares. Pensar e imaginar un poco en lo que nos encontraremos cuando volvamos a salir, en ese ideal seguramente imposible. ¿Nos habremos vuelto más empáticos, de perdida?
Pamplinas eso de que hemos aprovechado para ejercitarnos, hacer dieta, tomar cursos en línea, caer exhaustos por el home office, sin pena hay que reconocer que tal vez nuestras horas acumuladas están salpicadas de esas buenas intenciones, pero que nos hemos afanado en otras. Seguramente nuestras casas nunca han estado más limpias, jamás hemos visto tantas películas y series o no habíamos descubierto que tenemos otras habilidades, especialmente culinarias.
Este encierro también ha dado oportunidad de extrañar, de querer estar con gente de lejos, o por lo menos saber que cada persona que has conocido a lo largo de tu vida está a salvo, aunque sea en tu memoria. Época esta de recordar cosas que te llevan al cobijo de la infancia.
Y en estos detenimientos, todos tenemos historias bellas que contar.
Ayer, por ejemplo, recordé una que vino a mí con un vívido sonido…
Caminábamos, mis abuelos, y mi mamá y yo tomadas de la mano, a través de una de las naves de la central de abastos de la capital oaxaqueña. Soy sincera, no me acuerdo si era un solo galerón.
“Chichicuiiilotitos vivsss, Chichicuilotiiitos, vivsss…”, se oía a lo lejos.
Por fin, después de casi media hora de caminar y pararnos en varios puestos, nos topamos con “el de la voz”. Deme un hato, dijo mi abuelo. El hombre traía amarrados por las patas y de cabeza algunos guajolotes. Pagó y seguimos el recorrido comprando lo necesario para las comidas de los días que estaban por venir, y la cena de Navidad.
Regresamos a casa de Tía Chole, la hermana de mi abuelo (aunque allá todos son tíos, así se dice cuando vas a casa de alguien: “voy a casa de tía fulanita o a la de tío perenganito”), en el centro. A cuatro cuadras de la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad.
Déjenme describirles el lugar porque para mí era extraordinario y la imagen está viva en mi reflexiva añoranza: por fuera era blanca, un cuadro casi perfecto con postigo y una ventana con techo de tejas rojas. El recibidor era un largo y estrecho pasillo (tal vez ni tan largo) que tenía dos puertas, baño y un cuarto que no usaban porque “daba a la calle”. No eran tiempos de inseguridad, así que descarto el robo. El tránsito era mínimo, a pesar de la ubicación. Enfrente había unas vías, quizá por eso, pero nunca vi un tren pasar por ahí. Un misterio, pues, el que no lo usaran.
Ese camino abría en un ancho patio a cuyos costados estaban por separado la sala, el comedor, las cuatro recámaras y al final una cocina, de las antiguas, que tenía zotehuela. Cada puerta, de madera apolillada, también tenía ventana y su techo de tejas, como si fuera un micro pueblito. En fin, una preciosura.
Cuando llegamos con el cargamento La China, la muchacha del servicio, liberó los chichicuilotitos que anduvieron campantes por el patio sin pensar en su fatídico futuro.
Pasaron los días, y uno antes de Navidad comenzaron los preparativos para la comilona. Se harían muchos guisos en cantidades abundantes, entre ellos el tradicional molito, porque eran fiestas muy concurridas.
Cada quien escogió lo que haría. Mi abuela, ni tarda ni perezosa escogió lo peor: dijo que ella se encargaría de las aves.
El problema de criarlas para la alimentación significa que con el tiempo se tiene que completar la sádica operación de echárselas al plato. Tarea difícil para los débiles de corazón. No, no digo que ella tenga corazón de piedra, corazón, ¡pero caray!
Creo que solo hay dos formas de darles cran: el corte de cabeza y torcerles el cuello. Y para criarlos, para que tengan buen sabor, pues, desde casi un año antes alimentarlos con buenos granos como cacahuate, nuez, carne molida, pero supongo que en su caso bien les iba con maíz.
Ay, pobrecitos pavos, que tristeza me dieron… ¿por qué no los compraron listo para preparar, cadavéricos y fríos?
Bueno, miren, en la hora fatal, mi abuela atrapó uno por uno, los condujo al final del patiecillo donde estaba dispuesto un trozo de madera. Hincada, en la superficie de los sacrificios colocó los pescuezos. Con las rodillas sostenía los cuerpos y con la mano izquierda las cabezas. Lista para que un cómplice le acercara el hacha y con derechazo limpio ¡sopas!, de un golpe contundente. Hasta la vista, baby.
Uno murió al instante, pero el otro… el otro caminó por el patio chorreando sangre con la cabeza colgando de un pellejo hasta que se desplomó.
Se hizo el silencio, todos estábamos con los ojos de plato y plata, diría Gil Gamés, hasta que alguien irrumpió en él: “No se moría porque ella (me señalaba con el dedo flamígero) le tuvo lástima”. Primer aprendizaje: las miradas sí pesan.
Carajo, después de convivir con ellos, uno se encariña. Segundo aprendizaje: ahora sé, nunca hay que ponerle nombre a las cosas, personas o animales con quienes no quieres tener un lazo afectivo. El “oye” o “eso”, las mejores opciones. Sí, les puse nombres y aunque no los recuerdo supongamos que eran Puchito y Puchungo.
El pasmo duró un instante breve. Inmediatamente la barulla volvió, todos a lo que estaban; los cadáveres fueron echados en una olla con agua hirviente, y pocos minutos después había un plumerío bárbaro por todos lados.
La tarea que debía desempeñar, mezclar la masa de los tamales, me fue vetada porque los envoltorios no se cocerían jamás. Me asignaron disponer la mesa, lo que hice compungida.
Para seguir con la necrofilia, les cuento que uno de los occisos fue relleno con un picadillo de res adicionado con migas, acitrón, zanahoria, pasas, almendras, aceitunas, ¡saborizante de pollo y un poco de manteca de puerco! Cuatro en uno… El otro nadó en el mole.
Desde entonces, aves ni en huevo ni embutidos.
Tercer aprendizaje: nunca debes comer un guiso cuando hayas visto la manera en cómo el ingrediente principal fue masacrado.
Ojos que no ven…
*Ciudad de México. De todo y con medida: psicóloga de profesión, pero por afortunado destino llevada al área periodística, que fue la primera opción de vida profesional. Hasta hace casi dos años, editora de la sección de opinión política de Milenio Diario. Asistente de Carlos Marín y coordinadora de su programa “El Asalto a la Razón” que se transmite por Milenio Televisión. FB Claudia Amador Tw @hengracia
En una noche oscura con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guiaba más cierto que la luz de medio día, a donde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh Noche, que guiaste! ¡Oh Noche amable más que la alborada! ¡Oh Noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada! (“Poema de la Noche Oscura”, “Subida al Monte Carmelo”, fragmento; San Juan de la Cruz)
El sábado 20 de junio, a las 16:44 hrs. (UT) comienza el solsticio de verano para el hemisferio Norte y el solsticio de invierno para el hemisferio Sur, con el ingreso del Sol en el signo de Cáncer, primer signo de elemento agua, femenino y de naturaleza cardinal; en los días de solsticio, la duración del día y la altitud del Sol al mediodía son máximas (en el solsticio de verano) y mínimas (en el solsticio de invierno) comparadas con cualquier otro día del año. La tradición esotérica nos dice que es en el signo de Cáncer donde se manifiesta la personalidad, pues se cree que es el portal en que el alma contacta con su manifestación física, y por lo tanto es donde la energía etérica se humaniza. No en vano Cáncer rige el área del pecho, donde se asienta el corazón. Cáncer es el Cuarto signo del zodiaco, lo que lo sitúa naturalmente en el Imum Coeli o “Bajo Cielo”, el sitio de mayor oscuridad, simbolizado por el útero que gesta la vida, asociado a Selene, satélite de la Tierra, por su poder de fecundación, y su influencia sobre las mareas; también representa el hogar, la infancia y, en consecuencia, el periodo en que se almacenan los sentimientos más profundos e inconscientes. Es el nadir opuesto al cenit. Su domicilio es la Cuarta Casa del “mandala astral”, asociada a la casa del progenitor, del padre, los ancestros y las raíces, siendo el principio de toda existencia y el comienzo de toda actividad.
De acuerdo con Louise Huber, “en Cáncer está ya presente el germen o la semilla de la vida que nos empuja hacia la escalera de la individualización. Es la misteriosa fuerza del desarrollo y de la evolución que, como en el resto de los signos cardinales, tiene que ver con la voluntad. En Cáncer, la voluntad personal empieza a tomar conciencia de sí misma y, por primera vez, se percibe el anhelo de subir a la cima, es decir, de llegar a Capricornio”, el signo de enfrente en la Rueda Zodiacal, donde se ubica el Medium Coeli o “Medio Cielo”, y en donde tiene efecto el otro solsticio. Casi todas las estrellas que conforman la constelación de “el Cangrejo” no son visibles a simple vista. Antiguamente, en vez de un cangrejo, la constelación de Cáncer estuvo asociada a un escarabajo, símbolo de resurrección entre los antiguos egipcios. Griegos y romanos recogieron esta frase que dicen estaba grabada en los pilares que sostenían los templos egipcios: “Yo soy Kepher, el discípulo; cuando abra mis alas, resucitaré”. El significado de Kepher en la escritura jeroglífica es “llegar a ser”, o sea, hacerse, formar o construir de nuevo. El escarabajo pasa toda su vida pegado a la tierra, haciendo rodar una pesada bola de estiércol que encierra su propia descomposición, pero en la que ha depositado la semilla de su inmortalidad para luego, al final, desplegar sus alas y ascender hacia lo alto, al descubrir que nació para volar.
En la madrugada del domingo 21 de junio, a las 01:41hrs. (UT), momentos después de comenzado el novilunio tendremos un eclipse anular de Sol, que ocurre a 0°21’ en el signo de Cáncer, e iniciará en el Congo, pasando luego por Sudán, Etiopía, Eritrea, Yemen, Arabia Saudita, Omán, Paquistán, India, China y culminará en Taiwán, por lo que no será visible en nuestro continente. El primer grado de Cáncer está representado por “una vid cargada de frutos colgando sobre una vieja pared solariega”, simbolizando el apego a la casa familiar y al terruño. El último eclipse de Sol que aconteció en este signo y en este mismo grado, tuvo efecto el 21 de junio de 2001 (en esa ocasión fue un eclipse total) anticipando el ataque terrorista del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York y los cambios que esto trajo al mundo.
Ahora, con el Covid-19 en pleno apogeo en las Américas, este eclipse parcial de Sol viene a señalar una noche oscura del alma, levemente alumbrada por un sutil halo de fuego ensombrecido por la Luna. Sabemos que este virus se hospeda a ras de la tierra, en el polvo, en el estiércol, pero conocemos muy poco de él, y sólo nos corrobora que puede ser letal. Puesto que nació con la conjunción Saturno-Plutón en Capricornio, he aquí dos condiciones que están actuando a través de las características de este virus: su falta de liviandad (es pesado) y su predilección por los adultos mayores; siendo que Plutón y Saturno combinaron sus potencialidades para alumbrarlo en un signo de Tierra como es Capricornio, que representa el orden, la longevidad y la lentitud del movimiento. Por su parte, la ciencia, representada por Urano, que transita en Tauro, su sitio de caída, hace que se desplome toda tentativa de tener un control sobre él en estos momentos. Los investigadores y los médicos siguen dando tumbos y andan a tientas. Igualmente, debido a la situación de Urano, la recesión económica nos sigue amenazando, y se alza como un peligro grave que puede llevar a que muera más gente, ahora por hambre.
Parte del trabajo de este novilunio será el de revisar el progreso que ha tenido el Covid-19 desde que salió de sus cuevas en Wuhan hasta su llegada a las Américas, pues el 18 de junio Mercurio entró en su segundo período de retrogradación anual, en Cáncer. Por ello esta revisión no sólo es para unos cuantos de nosotros, también será un tema que deberá ser retomado en esa franja de países donde transcurre el eclipse de Sol y sus alrededores y en todo el mundo. Posiblemente se replanteen nuevas y potentes alianzas comerciales en este grupo de países, en función de una producción agrícola que haga sustentable la escasez de alimentos.
En otro plano, una de las cuestiones a tratar a partir del 21 de junio y meses después, será la manera de elevar nuestra conciencia, yendo más allá de nuestra identidad inmediata, para fundirnos en un colectivo más amplio, que nos abarque a todos debiendo dejar atrás muchos “ismos”.
Igualmente, se pondrán en marcha nuevas reglas financieras y sociales. Pero, mientras esto sucede, la conjunción entre Júpiter y Plutón, entre Júpiter y Saturno, y entre Saturno y Plutón, y los tres planetas estando en su fase retrógrada, en un orbe de 5° de aproximación, hará que veamos la consumación de un largo ciclo vital, además de ser testigos de la muerte física de personas que conocimos o que supimos de ellas a través de las labores en las que destacaron en su momento, y esto abrirá además de tumbas clandestinas, un enorme vacío, una herida profunda, tanto en el territorio personal como en lo social: valores como la familia y las costumbres atravesando la crisis de la separación y la ausencia, a la par que se sufre de un dolor medular que nos exige entereza frente a lo ya fragmentado, frente a lo escindido. Situación que nos pone ante la disyuntiva de elegir entre lo trascendente y lo inmanente, entre lo permanente y lo efímero.
También está presente el aspecto neutralizador del quincucio (150°) que hace Saturno desde el 0°40’ de Acuario a la Luna y al Sol, por lo que veremos diariamente cómo las jerarquías tienden a cambiar de nombre o apellido a un ritmo acelerado, pues quedan huecos en el entramado genealógico y humano que han de ser llenados, lo cual implica desarrollar acciones en dicho sentido, y dada la premura de los acontecimientos, no nos está permitido dudar frente los hechos, pues la vida sigue su curso. Así, armados de la casta y el linaje que tenemos en heredad, hemos de sujetar las estructuras que nos conforman y evitar que caigan en manos ambiciosas y destructivas.
Mientras tanto, Neptuno en Piscis, su domicilio natural, hace un breve aspecto de sextil con Plutón, en un orbe de 4°. El sextil (60°) indica una relación de energía natural entre los planetas implicados y se asocia en especial con el nivel mental. Incrementa la facilidad para absorber información, cotejando y conectando fragmentos de conocimientos hasta alcanzar una síntesis comprensible, constituyendo una función integradora de la fuente, revelada a través de las acciones personales y la habilidad para comunicarse con los demás; también nos ayuda a construir una perspectiva mental basada en la habilidad para captar el conocimiento intelectual y los desarrollos culturales del hombre. Hay una apertura en la influencia del sextil que propicia la armonía, puesto que no se cierra mentalmente en sus efectos internos, y nos lleva a desarrollar nuestra curiosidad, a encontrar espacio para nuevas percepciones, a movemos con mayor fluidez y a cooperar en grupo.
Cabe recordar que este sextil Neptuno-Plutón se formó en el siglo pasado, en 1942, en medio de la Segunda Guerra mundial, propiciando una amplitud en la manera de percibir la forma interior y exterior inherente a los procesos sociales y espirituales. La influencia de este aspecto seguramente tendrá efectos globales y generacionales, y, como todas las energías planetarias transpersonales, será la fuerza directriz que estimule el desarrollo del proceso evolutivo humano continuamente en crisis. Neptuno tiene la aptitud de llevar a los especialistas a una exploración minuciosa y casi mística, permitiendo que la ciencia reaccione en dos direcciones distintas y complementarias: por un lado, investigando nuevas posibilidades externas que fortalezcan el avance social, además de la constatación de otras formas de existencia pasadas por alto o ignoradas hasta ahora; y por el otro, nos lleva paralelamente a una exploración interior de carácter sustancial. De este modo, debido a este aspecto Neptuno-Plutón, los científicos podrían encontrar nuevas maneras de tratar el cáncer y las enfermedades virales e inmunológicas, a la vez que se va desarrollando un modelo interior que nos ayude a comprender mejor el sentido de nuestra existencia.
Por otra parte, tenemos el aspecto de sextil que sostiene Marte con Júpiter y con Plutón. El contacto entre Marte y Júpiter es muy creativo, ya que pone en marcha evidencias de los abusos y las fallas en las cúpulas del poder, así como las de los diferentes líderes políticos y religiosos. El fracaso de los sistemas ideológicos resulta un hecho, pues en vez de sumar dividen, y por ello se alzan las protestas a lo largo y ancho del planeta; los discursos de las élites dejan de hipnotizar a las personas, y las masas disconformes se lanzan a las calles expresando su descontento.
Por su parte, el contacto entre Plutón y Marte es de naturaleza empática, pues ambos planetas comparten la regencia del signo de Escorpio, siendo su domicilio la Octava Casa. Así, las reacciones de la gente resultan en una modalidad activa y directa. No importa si el Covid-19 está ahí o no esperando, tampoco importa si los ejércitos salen a reprimir el enojo del colectivo; de todos modos, la gente está enfermando y muriendo, y no recibe la ayuda esperada ni el remedio para sus males. Sin embargo, en este preciso momento dicha modalidad no es expresada abiertamente debido a la enorme cantidad de planetas retrógrados.
De cualquier modo, no podemos subestimar, en ningún campo, los posibles efectos de esta combinación planetaria. Los contactos entre Marte y Júpiter y entre Marte y Plutón son explosivos y autoafirmativos, y el impulso y empeño generados no deben ser desdeñados, pues siempre conducen a logros sustanciales y definitivos. Aunque esta energía conjunta puede manifestarse como impaciencia, rebeldía y coraje, o como una tendencia a excederse en muchas esferas de acción, también significa un talento y un poder creativo de gran importancia, cuyo resultado será un espíritu emprendedor capaz de abrirse paso decididamente a través de los obstáculos de la vida. Así, seguramente detrás de estos contactos, un nuevo orden emergerá para todo el planeta.
Igualmente, el combativo Marte está haciendo un aspecto de cuadratura (90°) al Sol y a la Luna, durante este eclipse. Con Marte en cuadratura al Sol, surgen tensiones que desafían nuestra estabilidad personal, y resulta difícil emplear las fuerzas físicas e intelectuales con moderación. Tendemos a excitarnos ante la más mínima provocación y a reaccionar de una forma precipitada o exagerada, a veces incluso combativa, especialmente cuando los esfuerzos aplicados no producen los resultados deseados. Este contacto dispara la impulsividad y las ansias sexuales, anhelando aquello que no podemos tener o, en su defecto, dejará de interesarnos lo que tenemos. En cualquier caso, es una energía que gravita en la superficie y que se apoya en el instante buscando una satisfacción inmediata, superficial y pasajera que, dadas las condiciones actuales, sólo puede traernos consecuencias desastrosas. Esto puede evitarse sublimando dicha energía al máximo mediante actividades espirituales, intelectuales o artísticas, que liberen la frustración de este funesto contacto.
La primera función del Sol es la de romper todo tipo de maldiciones, especialmente aquellas que traemos por herencia familiar, pero en cuadratura con Marte suelen desatarse acciones impulsivas que activan tales maldiciones. Un ejemplo de la virulencia de este contacto Sol-Marte aparece en la trama final de la tragedia de Medea, que en su furor asesina a sus hijos, vengándose del repudio de Jasón, su esposo, para luego subir al carruaje de su abuelo Helios (el Sol) y abandonar la escena. Igualmente tenemos la versión sincrética de la leyenda novohispana de “La Llorona”, que en un arranque de pasión mata a sus hijos, vagando su espíritu de generación en generación para repetir su crimen en cada primogénito de los descendientes del progenitor de sus hijos. Otra tradición afirma que esta dama funesta aparece “vestida de blanco” todos los años, cada 24 de junio, en la “Noche de San Juan” (el Bautista), trayendo la muerte y la desgracia a quien le toca en suerte, como aconteció con el profeta hebreo, que fuera decapitado debido al capricho insano de la princesa Salomé.
Por otra parte, Marte en su aspecto de cuadratura con la Luna inclina a la superstición, propiciando la confección de todo tipo de hechizos, grimorios, amuletos, talismanes, filtros y pociones mágicas con fines diversos como son la protección contra la infección por el Covid-19, el cautivar la voluntad ajena, satisfacer las pasiones, etcétera. La palabra “superstición”, del latín superstitio, corresponde al verbo latino superstare (permanecer sobre), que para los romanos tenía el sentido figurado de “ser testigo” o “sobrevivir”. De acuerdo con Cicerón, la idea de trascender y perpetuarse a través de la realización constante de rituales subyacía en el uso de esta palabra. Y más concretamente al deseo de no ver morir a sus descendientes: “Pues los que deprecaban e inmolaban por días enteros para que sus hijos les fueran supérstites (sobrevivientes), fueron llamados supersticiosos”. (De natura deorum, II, 72; Cicerón). A su vez, Lactancio (s. III) en sus “Institutiones divinae”, refuta a Cicerón diciendo que: “…los supersticiosos no son aquellos que esperan que sus hijos les sobrevivan —eso lo esperamos todos—, sino quienes veneran la memoria de los difuntos para que sobreviva a ellos, o incluso aquellos que mediante imágenes de sus padres rinden culto como lo hacen con sus dioses penates…”. A la vez San Agustín (s. IV) en “De doctrina christiana”, escribe: “Es supersticioso todo aquello que los hombres han instituido para hacer y adorar a los ídolos o para dar culto a una criatura o parte de ella como si fuera Dios; o también las consultas y pactos de adivinación que decretaron y convinieron con los demonios, como son los asuntos de las artes mágicas, las cuales suelen más bien los poetas conmemorar que enseñar”. También Santo Tomás de Aquino (s. XIII) observa a lo largo de su vasta obra que “la superstición es cierta profesión de infidelidad. Un vicio opuesto por exceso a la religión. Sus especies son cuatro: culto desordenado de Dios, idolatría, adivinación y vanos auspicios. A la superstición pertenece toda idolatría y clase de ayuda de los demonios, para hacer o conocer algo. Todo lo que procede de un pacto del demonio con los hombres es supersticioso. Toda superstición se origina de un pacto con los demonios, expreso o tácito; por eso es prohibida en el primer mandamiento”.
Más adelante, el ocultista Eliphas Levi (s.XIX), en “Dogma y ritual de la alta magia”, comenta que la superstición “es el signo que sobrevive al pensamiento; siendo el cadáver de una práctica religiosa que ha perdido su inspiración primera y el espíritu que la animaba”. Y dice más: “Todo lo que obra sobre el sistema nervioso puede determinar la sobrexcitación pasional, y si una voluntad hábil y perseverante sabe dirigir e influenciar esas disposiciones naturales, se servirá de las pasiones de los demás en provecho de las suyas, y reducirá y obligará con el tiempo a las personas más fieras a convertirse en instrumentos de sus placeres. Disminuir la acción de la inteligencia es aumentar otro tanto las fuerzas de una pasión insensata, lo que sería un envilecimiento y la más vergonzosa de todas las servidumbres morales. Cuanto más se enerva a un esclavo, más incapaz se le hace de su manumisión y aquí radica el secreto de la magia de Apuleyo y de los bebedizos de Circe. La absorción de una voluntad por otra cambia con frecuencia toda una serie de destinos y no es sólo por nosotros por quienes debemos velar, sino también por nuestras relaciones y por aprender a diferenciar las atmósferas puras de las impuras; porque los verdaderos filtros, los más peligrosos, son invisibles; son las corrientes de luz vital que producen las atracciones y las simpatías, como las experiencias magnéticas no dejan lugar a dudas”. Así, este contacto entre Marte y la Luna, en su parte más oscura, en vez de incitarnos a desarrollar una visión objetiva de los hechos, nos sumerge en las reminiscencias que persisten en el subconsciente primitivo, y nos remite a un arquetipo latente que se transmite generacionalmente e impacta en la psique humana.
Finalmente, y en torno a este novilunio, tenemos a Venus retrógrado en Géminis, en aspecto de trígono (120°) a Saturno. Es conveniente saber que los principios vitales representados por los planetas retrógrados probablemente se expresarán a sí mismos en el interior de los individuos como facetas más profundas del carácter que no son fácilmente observables en la superficie. Al encontrarse ensimismados, los planetas retrógrados señalan cualidades que operan desde una perspectiva más subjetiva. Esto sugiere un regreso a condiciones previas de conciencia o a asuntos inconclusos originados en las profundidades ocultas del inconsciente personal y colectivo. La desaceleración gradual del movimiento de todo planeta retrógrado indica que algo del pasado necesita volver a ser estudiado cuidadosamente o reconsiderado con paciencia, para ser asimilado en su totalidad. Y al estar ahora tantos planetas en dicha fase (Mercurio, Venus, Júpiter, Saturno y Plutón), además de que algunos de estos se encuentran implicados en configuraciones difíciles (especialmente cuadraturas, o quincucios, que tienden al rodeo en la expresión), surge una tendencia generalizada que inhibe la participación activa en los asuntos mundanos y se rehúye todo tipo de desafíos, prefiriendo retraer la atención y no participar abiertamente.
El trígono entre Venus y Saturno trabaja formalmente con la autoestima, destacando la parte emocional más negativa de la propia personalidad. Se trata entonces de intentar una revisión de nosotros mismos, cuestionando principalmente la falta de autenticidad en nuestras relaciones sentimentales. Las diferentes formas de abuso de fuerza y de poder, el chantaje material y emocional, la utilización de otros en beneficio propio, etcétera. Únicamente cuando seamos capaces de abordar el fracaso en las relaciones, de confrontar el miedo a establecer compromisos duraderos, podremos llegar a tener una relación estable que nos otorgue la gratificación anhelada. En tiempos de Covid-19, esta revisión se vuelve una necesidad, ya que la suma de fracasos existenciales va creando capas de ausencia que se van volviendo cada vez más densas. Por eso, hoy tenemos la oportunidad de reconciliar la polaridad de “Eros y Thanatos”, recordando la experiencia de un mundo que no está para ser dominado y controlado, sino para ser liberado dando cabida a los poderes de “Eros”, encerrados ahora en las formas reprimidas y petrificadas que nos asfixian. Y como dijo Marcuse: “Si la culpa acumulada durante la dominación civilizada del hombre por el hombre puede ser redimida alguna vez, entonces el ‘pecado original’ tiene que ser cometido de nuevo”.
“Por consiguiente –dije yo un poco distraído– ¿tendríamos que volver a comer del árbol de la ciencia para caer de nuevo en el estado original de inocencia? Pues, sí –respondió– ese es el último capítulo de la historia del mundo. Debemos comer otra vez del árbol del conocimiento para poder regresar al estado de inocencia.” (“Sobre el teatro de las marionetas”, Heinrich von Kleist).
El cubreboca se ha convertido recientemente en un objeto emblemático del Covid-19 y, según parece, formará parte de nuestra “nueva normalidad” por muchos meses más.
De manera irreverente, ha irrumpido en nuestro paisaje urbano como un factor altamente perturbador. Las calles y otros espacios públicos y privados se han ido poblando paulatinamente de gente embozada que se teme, se repele o que es, simplemente, indiferente.
Diseñado originalmente para el ámbito hospitalario, el cubreboca ahora debe ser utilizado por todo buen ciudadano para convivir con sus pares si quiere proteger o protegerse de un peligro letal.
Objeto controversial, esta media máscara ha migrado ahora a otros ámbitos provocando efectos paradójicos: aísla, amordaza, invisibiliza, deshumaniza, impide toda empatía, amordaza, incómoda y hasta enferma.
De ser un objeto neutro, impersonal y casi insulso, se ha transformado en un ícono, en un objeto artístico y cultural, al proliferar y replicarse en originales y vistosos diseños; ya hay incluso proyectada una exposición de cubrebocas en un museo europeo para el próximo año.
David Silva, pintor y diseñador mexicano, se ha incorporado a esta expresión con una buena dosis lúdica, con humor surrealista que raya en el absurdo. Les presento, a continuación, algunas fotografías donde él mismo modela, con una serie de sus insólitas creaciones. Que las disfruten.
En estas líneas, el escritor nicaragüense, Premio Cervantes de Literatura 2017, comparte su incertidumbre sobre el mundo que vendrá, por lo pronto sin abrazos…
«Vieras que extraño lo que siento con esos videos. Como si estoy viviendo el fin de este mundo y el principio de algo todavía desconocido. Me emociona y a la vez me da miedo.”
Antonina me escribe estas líneas en un mensaje de WhatsApp que acabo de abrir. Anoche le he enviado el video donde el tenor polaco Leszek Świdziński canta “Nessun Dorma” en un patio rodeado de los edificios de un hospital de Varsovia, por cuyas ventanas se asoman médicos, enfermeras, pacientes con mascarillas, mientras los miembros del coro, vestidos de cualquier manera, y como si pasaran por el patio por mera casualidad, van juntando sus voces. Al final, los espectadores enclaustrados aplauden, lanzan vivas al tenor. Son voces remotas, como de otro mundo. El mundo del encierro.
El aria de Puccini, ascendiendo hacia el pozo de luz arriba de los edificios grises, suena más triste que nunca. Nadie duerme. Nadie sabrá mi nombre. Un beso fantasmal del que nadie sabrá nada nunca. Por desgracia hay que morir. Que se vaya la noche. Que se pongan las estrellas. El amanecer será un triunfo. ¿Vendrá el amanecer?
Me han fascinado siempre esos videos para promover el gusto por la ópera, donde los cantantes andan por las plazas, los cafés, los centros comerciales, los mercados, disfrazados de empleados y compradores, y de pronto el tenor, o la soprano, rompen a cantar, se les junta el coro, van llegando uno a uno los músicos con sus instrumentos, y la gente se detiene primero extrañada, luego extasiada.
Qué otro escenario más espléndido que el café Iruña de Pamplona para el coro del brindis de La Traviata. En el mercado de San Ambrosio, en Florencia, la mezzosoprano disfrazada de expendedora de carne se quita el mandil y empieza a cantar una de las arias de Carmen. Un chelista toca en solitario en el Crystal Court, un mall de compras de Minneapolis, la gente pone billetes en el sombrero que tiene a sus pies; van llegando más músicos , más y más, comenzamos a identificar los acordes de la “Oda a la alegría” de la Novena, luego la orquesta completa, es la Wayzata Symphony Orchestra, llegan los cantantes del Edina Choral, y ahora estamos dentro del torbellino ascendente de las voces que reclaman esperanza y contento.
Me repugnan los centros comerciales, dice una muchacha en un mensaje al pie del canal de Youtube al que entro para revisar la grabación, ¿por qué a mí, por desgracia, nunca me ha tocado uno de esas performances sorpresivas?
Todos estos conciertos, que han pasado alguna vez por la pantalla de mi teléfono celular, son de hace tiempo, diez años a lo menos. Es un pasado demasiado remoto, ahora que el tiempo se ha quebrado en astillas y nos cuesta más recomponer el cuadro del pasado, cómo fue, qué fuimos, y del futuro sólo tenemos una visión borrosa y llena de signos abstractos incomprensibles, como en las pantallas nevadas de los viejos televisores.
Teníamos una idea más o menos razonable del tiempo transcurrido y por transcurrir. En el fondo de nuestras mentes, muy atrás, reposaba esa idea silenciosa de que el progreso es inevitable, porque somos hijos del positivismo triunfante, y sin muchas sorpresas, y sin más que exclamaciones de admiración, hemos visto cómo los sistemas y objetos fruto del afán tecnológico, y de la capacidad de invención, se sucedían unos a otros, y, sin sorpresa tampoco, íbamos viendo cómo sistemas y objetos se volvían obsoletos a una velocidad sorprendente, y como en ninguna otra etapa de la civilización, teníamos cada uno un cuarto atiborrado de trastos viejos.
Y el progreso nos concedía seguridades. Primero de nada, la tecnología médica. La idea de alejar la muerte a través de drogas cada vez más novedosas. Medicamentos inteligentes. Cirugías sobrenaturales. La prolongación de la vida. Viejos saludables. La cota de edad de en envejecimiento cada vez más alta.
Para el virus no hay medicina preventiva, y para los casos críticos del virus no hay medicamentos suficientes para asegurarte que no te vas a morir. Y desesperamos por una vacuna. No se sabe cuánto tardará en descubrirse y luego fabricarse esa vacuna milagrosa; pueden pasar años, y, mientras tanto, la inseguridad continuará, y no se podrá prescindir del distanciamiento como regla de vida. Es otro mundo. El mundo que da miedo.
Pero alguien estaba siempre inventando por nosotros, y eso nos tranquilizaba; la vida, indefectiblemente, sería cada vez mejor. Oíamos decir que muchos prototipos de inventos nuevos estaban listos, pero no se sacaban al mercado por conveniencia comercial, nada más. Hoy, lo que tenemos es incertidumbre. Como si estamos viviendo el fin de este mundo y el principio de algo todavía desconocido. Nos emociona y a la vez nos da miedo.
Desde mi encierro, que ya dura tres meses, y no sé cuándo terminará, lo que tengo son preguntas
Vivimos a merced de un enemigo invisible, letal, ubicuo, traicionero, que no se aleja tras dejar en su rastro una ola de muertes, como ocurrió con la gripe española hace un siglo; que se queda medrando, al acecho, y representará una interrupción intermitente en lo que llamábamos la normalidad de nuestras vidas, de las costumbres gregarias que adquirimos hace miles de años, toda una civilización del codo con codo que desembocó en la sociedad urbana de masas. Estadios, anfiteatros, plazas, auditorios. Barcos, aviones, autobuses, trenes, vagones del metro. Y la intimidad acompañada de los restaurantes, los bares, las boîtes, las discotecas.
Speak for yourself, oigo que me dice una voz socarrona. Claro, por supuesto. Hablo por mí mismo, desde esa franja que bajo los términos de la pandemia se da en llamar la de los más vulnerables. Los viejos de la tribu, los que se supone llenos de sabiduría. El consejo de ancianos. La tercera edad dorada.
Vulnerable, en términos de la pandemia, quiere decir que perteneces a la franja letal, porque a determinada edad no sólo estás más expuesto por el daño mismo de los años, sino que arrastras una cauda de enfermedades crónicas que te vuelven más indefenso: diabetes, hipertensión, males cardíacos y renales. Es una lista que te vienen repitiendo los agoreros en las redes, como a los césares cuando entraban en triunfo a Roma el memento mori. Sólo que hay unos que deben recordarlo más a menudo que otros, vulnerables que son.
Desde mi encierro, que ya dura tres meses, y no sé cuándo terminará, lo que tengo son preguntas:
¿Volverá el mundo a ser tan seguro como antes, en el sentido de que no le temía al prójimo, el próximo? El cercano, al que abrazas, al que le das la mano, junto al que te sientas en la mesa donde van a presentar juntos un libro, a dialogar sobre literatura. El que coloca el micrófono en la solapa, la chica que te maquilla en el camerino antes de la entrevista. La cajera a quien pagas los libros que has comprado, y es capaz de alcanzarte con su aliento desde el otro lado de la caja. El chofer del taxi que te lleva al recinto de ferias desde el hotel, a mí que me gusta sentarme adelante y entretenerme e instruirme en la conversación con los taxistas, que saben de todo y le mientan la madre al gobierno de turno.
Mientras tanto, atardece aquí donde vivo en encierro, al pie de las serranías que limitan por el sur el valle en que se asienta Managua
¿Y los viajes? ¿Cuándo volveré a subirme a un avión? En el encierro me he dado cuenta que la mitad de mi vida me he quedado en mi casa escribiendo, y la otra mitad la he dedicado a andar por el mundo. Ahora no confío en la continuidad de esa otra mitad. Se acabaron las certezas. Porque llegará un momento en que la pandemia habrá dejado de ser una amenaza constante para la mayoría, que tendrá que regresar de cualquier manera a la vida diaria. Pero habrá quienes deberemos ser más cautos, o, en todo caso, si queremos sobrevivir, aceptar las reglas del claustro como los viejos monjes medievales.
Mientras tanto, atardece aquí donde vivo en encierro, al pie de las serranías que limitan por el sur el valle en que se asienta Managua, y donde la vegetación reverdece, exuberante, tras las lluvias torrenciales de las últimas semanas. Es la hora en que las bandadas bulliciosas de chocoyos regresan a las ramas del alto guanacaste para pasar la noche. Y huele a tierra mojada.
Vuelvo, antes de la cena, a las páginas de Mis días felices en el infierno, de György Faludy.
*Escritor nicaragüense (Masatepe, 1942), Premio Cervantes de Literatura 2017. Periodista, político y abogado, ex vicepresidente de Nicaragua (1985-1990) y ex candidato presidencial por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), escisión del Frente Sandinista contra el autoritarismo de Daniel Ortega. Es presidente fundador desde 2012 del encuentro literario “Centroamérica cuenta”. Este texto fue publicado en la Revista de la Universidad de México, Junio 2020 y reproducido aquí con autorización del autor.
La primer mentira de divulgación popular es que el coronavirus es un bicho muy resistente que no se muere, cuando la realidad de lo que se sabe es que los virus no están vivos ni muertos, sino que se reproducen penetrando en algunas células de otros organismos siendo vehículos de transmisión La siguiente mentira es hablar de una epidemia en China cuando no estaba propagada por todo el país, sino solo en una región. Continuando con esa mentira, cuando detectaron unos casos en unos cuantos países magnifican la falsedad llamándole pandemia mundial, cuando eso implicaría una enfermedad epidémica en muchos países. Continuando se dice que es un nuevo virus del que no se sabe mucho. Por un lado, los grupos oficialistas dicen que no hay cura ni medicamento, rechazando de antemano cualquier tratamiento y, por otro lado, los grupos disidentes hablan de multitud de tratamientos y hasta de la inexistencia del virus. Cotidianamente se dice en los medios de comunicación que uno u otro país está a punto de crear la vacuna.Después de la declaración de “pandemia”, se empieza a forzar a los países a entrar en cuarentena social, que no es de cuarenta días sino va más allá de los sesenta días, cuando el aislamiento debió ser de los individuos infectados o las áreas de alto contagio, no a toda la población. China curiosamente sale de la epidemia local de Wuhan sin que los casos se propaguen a otras grandes metrópolis como Beijing, Shanghái y Hong Kong, por nombrar algunas y sin embargo el contagio se esparce en Europa. China sale triunfal del Covid-19 dispuesta a dar su receta al mundo, brindar ayuda y sobre todo reiniciar su comercio cuando la mayor parte del mundo está detenido y en pocas semanas especialistas de todo el mundo alegan que el tratamiento chino es incorrecto y todo vuelve a la confusión y pánico por la condición tan grave que están pasando Italia, España, Francia y vuelve a haber divergencia en las medidas que se deben tomar. En ese momento se decía todavía que el mundo no se podía detener y se pensaba que la ciencia y los políticos siempre tenían soluciones y no fue así: acabamos todos encerrados en nuestras casas, con cubrebocas, alterando radicalmente nuestra forma de vida de forma obligatoria y en algunos casos hasta con toque de queda. Los países poderosos presumían sus sistemas de salud, los cuales fueron rebasados rápidamente como en el caso más dramático de los Estados Unidos, que ocupa el primer lugar de la lista añadiendo más mentiras a las ya dichas. A estas alturas, nuestra “gran ciencia moderna” no logra decirnos si este virus proviene de un murciélago o de otro animal, si ya existía o fue creado en laboratorio y se les escapó o si es una guerra biológica producto de la confrontación de China con Estados Unidos. Se nos dice que nos lavemos las manos todo el tiempo y que usemos gel antibacterial, cuando la vía de contagio principal es por vía respiratoria directa; se vuelven moda los cubrebocas cuando en la mayoría de los casos los virus podrían atravesarlos por su minúsculo tamaño y así vamos pasando los días, las semanas y los meses encerrados limitando nuestras libertades y llenos de incertidumbre y mentiras. Para completar el paquete de mentiras y fakenews, entran las rivalidades de los políticos con una gran cantidad de “periodistas” propagandistas, a crear un caos y terror en la sociedad a través de sus falsedades y deformaciones de la información para golpear al gobierno o a sus rivales políticos, sin aportar casi nada bueno para la sociedad. Si alguna lección debemos aprender de esta situación es: ¡YA BASTA DE MENTIRAS!
Un tributo a la destacada compositora mexicana, antes el célebre Felipe Gil, que tres veces se alzó con el OTI y cuyos temas han sido interpretados por grandes cantantes de México
Una voz comprensiva y contundente me dijo a través de una llamada telefónica: “Los artistas escribimos el mañana”. Pudimos enlazarnos y recordar ese primer momento en que una institución de la canción, la lírica y la historia de la educación emocional de nuestro pueblo, me abrió ese puente tan importante y escaso en estos tiempos. Dicho lo anterior, pude advertir en su persona el saber escuchar e interactuar desde una empatía genuina con las distintas generaciones; además de construir confianza y cohesión desde el territorio de la bondad.
Mi admiración por su obra es muy clara, se refleja en el trabajo y la búsqueda temática y estética desde múltiples caminos. Cabe destacar su gentileza de saber compartir, de imprimirle dignidad al trato entre las personas y poseer una inteligencia que sabe reír y comulgar entre toda esa diversidad de registros que implica la naturaleza humana.
Felicia Garza, antes Felipe Gil, quien viviera el destierro de Platón de su República, representa en estos insólitos tiempos, la figura del poeta. Tres veces ganadora de los codiciados premios OTI, cuyas canciones fueron interpretadas por Gualberto Castro (quien triunfó en Italia en 1975 con el tema “La felicidad”; José José, Luis Miguel, el recién fallecido Yoshio, Manoella Torres y Grupo Límite, entre tantos otros artistas. En 2014, a la edad de 74 años, cumplió su sueño de salir al mundo con un vestido nuevo llamado libertad y ya convertida en Felicia Garza.
Es una voz necesaria y con una fuerza vital insólita y contagiosa. Es alguien que proporciona a sus interlocutores armas contra la esperanza y la espera. Una voz que muestra alternativas para seguir caminando, la voz prospectiva de los adverbios de tiempo. Ella sabe migrar perfectamente entre las distintas superficies para desplegar la lengua en su composición; incluso, darse a entender en tiempos donde no saber escuchar, decir o temer a hacer es un verdadero reto. Insurgente que sabe mostrar con frontalidad lo que debe decirse sin paliativos, si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo.
Con el son de la vida que escribe actualmente, sacude el miedo, el cual no afecta su pulso. A su vez, nos convida a afrontar batallas para no sucumbir a la adversidad y principalmente, nos inspira autodeterminación.
La introspección y el despertar de nuestra especie son cuestiones necesarias en estos tiempos pandémicos. Percibí ese mensaje con profunda nitidez cuando hablamos del sistema neural, de la conciencia y el ego; entonces Hofstadter y Sartre aparecieron inevitablemente para devolverme a la respiración, a dimensionarme desde la unidad, sentirme vivo de nuevo.
Habita en su corazón esa manera de reconciliar, de restablecer, de hacer camino para no cargar a espaldas el pasado, y así, poder modular la armonía sin mentir, desplazarse en la escala con libertad y sabiduría.
Felicia Garza prepara también un libro de poesía, y en ese diálogo atemporal con sus colegas a través de las lecturas aparecen reminiscencias de León Felipe, Cernuda, García Lorca y Yibrán Jalil Yibrán.
Por otra parte, ella seguirá arrancando flores, animando a la peña y, lo que es definitivo, es que hablemos muchos trovadores queriendo chamuyar en lunfardo, pero solamente una Felicia Garza.
*Chansonnier, escritor y músico patafísico, nacido en el sur de la Ciudad de México. Ganador del premio de poesía Almendra 2013 por la UNAM. Alterna su tiempo entre la creación y la bohemia, presentándose en múltiples foros de poesía y de música. Ha publicado tres libros y actualmente prepara la publicación de su disco “Corazón Habanero”. https://www.instagram.com/camelperea/ https://open.spotify.com/artist/1ssJ7vM8Q3LwuNlZwLwSpw/about
La primera vez que vi el #quedateencasa me pareció gracioso y de manera entusiasta lo usé en mis posts en las redes, era un buen lema para acompañar la cuarentena voluntaria en la que entramos en marzo. Dicen que salió de Italia casi junto al virus. El #iorestoacasa rápidamente se difundió por el mundo en todas las lenguas. Se fue convirtiendo después en frases como #quedateencasaleyendo o #quedateencasaysalvavidas. Claro, si las celebridades fueron las primeras que lo usaron para mostrar su lujoso retiro en fotos con el #quedateencasa desde habitaciones luminosas, jardines y hermosas librerías como marco de fondo. También era atractivo como forma de llevarle la contraria a los gobiernos que no se preocupaban con lo que estaba sucediendo. El virus nos mataría a todos si no hacíamos algo.
Yo misma me encerré acompañada de mis libros y mis comodidades. Creo firmemente que debemos hacer lo necesario para cuidarnos, que asumir una vida responsable y cuidadosa es proteger al resto. No solo a los mayores, o a los enfermos. A cualquier ser humano. Pero quedarse en casa no es la solución para cada familia. Como si todos fuesen igual que yo. Como si el resto del mundo no existiera. Había perdido la noción de la realidad. Hasta ese día.
Cansada de tanto descanso y literatura, decidí, en un rapto de rebeldía, darme un respiro de mi cuarentena voluntaria. Necesitaba otros aires y bajé de mi montaña a la costa del lago, ahí donde golpean las olas trayendo la basura del otro lado. La primera imagen de la gente sentada en la playa no me preparó para lo que iba a encontrar después. Decenas de personas apiñadas dentro de espacios tan reducidos que no imaginas como pueden caber ahí más de tres personas. Y encuentro a doña Manuelita, la de la pulpería de la esquina, donde cuelgan de una rústica madera unas pocas bolsitas de chips, tortillitas y fósforos, que apenas le dan para llevar un bocado a su casa. Me detengo al frente, yo mascarilla en cara, ella sonrisa descubierta. Al principio no me reconoce doña Manuelita. Sonríe después y se levanta a saludar.
Es entonces cuando el #quedateencasa me golpea, me suena tan cruel, tan lejano de esta realidad miserable que se lleva por delante a quienes no son como los que inventaron el hashtag, o como yo misma, o los otros que desde su comodidad se ríen comentando vía zoom en donde pasar la cuarentena, si en el salón o la cocina, el jardín o la terraza, casi un insulto para quienes viven amontonados en este espacio de todos los días de su vida. La suma de los sala-comedor-cocina-dormitorio-salonprincipal-terraza es casi un chiste del destino. Morir por virus o morir por hambre.
Y doña Manuelita me dice, ay mija, hace años que nos estamos muriendo. En su negocio tan chico donde solo ella cabe, la acompaña uno de sus nietos, el niño enfermo que le deja la hija que va a vender dulces al parque, pero aquí ya casi no pasa nadie, me dice en medio de su tristeza y del llanto del pequeño que intenta dormir dentro de una caja de cartón. Mientras lo mira, me dice, ay mi niña, no se duerme porque no ha comido, y qué le voy a dar si mi hija no regresa, no tengo nada. Yo no le tengo miedo a la muerte doñita, me contesta cuando le pregunto si sabe del virus que asola el mundo, le tengo más miedo al hambre de este cipote. Yo a la muerte la he visto de cerca tantas veces, dos de mis niñas se me murieron muy tempranamente, ¿cree que le voy a tener miedo ahora? dice convencida, mirando las olas del lago que se mecen suavemente como queriéndose llevar sus pensamientos.
Doña Juana, la vecina de al lado, fue la última que llegó al barrio hace solo seis meses. Nos dijeron que nos iban a dar terreno, dice ella que se ha acercado cuando me vio llegar, y ya ve aquí sigo esperando, participa en la conversación con una gran sonrisa y sus rebeldes cabellos atados con un pañuelo rojo, también lo uso como mascarilla, me dice señalándolo, yo soy responsable. Y mientras, ya he dado una mirada rápida al “barrio”, y pienso en cómo pueden sonreír en esas casuchas levantadas con láminas de zinc que apenas cubren sus cabezas y hacen de pared, tan frágiles que en la última lluvia cayeron, sin ningún daño humano que lamentar, me dicen, mientras sueñan con otro futuro.
El corona no ha tocado estas puertas, dice Vicenta, la hija de doña Juana, llamándolo así, solo por su nombre, en confianza como si fueran viejos amigos, mientras toca con los nudillos un banco de madera, debe ser porque cree que nada pasa por aquí.
Aquí, en estos lugares donde no debo tocar nada, pienso, recordando las recomendaciones de mi hermano doctor, ni se te ocurra, todo está tan sucio, tan usado y reusado hasta el cansancio. Calculo cuántos de esos bichitos estarán sentados sobre esos miserables espacios, cuántos se habrán pegado ya en mi ropa, casi que los puedo ver volando, y mientras, sigo pensando en el baño que me daré cuando regrese a mí, ahora creo, lujosa forma de vida, ¿quién me manda pararme a preguntar?, sigue mi mente loca pensando, mientras los niños juegan frente a nosotras en la carretera, inocentes de lo que pasa a su alrededor.
Sonrío y me despido, con la distancia adecuada, dos hamacas entre cada persona, dicen es la medida
#Quedateencasa suena como una frase linda, repetida por ese cerca de 30 % de las personas que pueden esconderse a esperar que pase la tempestad, que dispone de ahorros, un canasto de comida y espacio para moverse, mientras el otro 70 % aguanta sus críticas, su chantaje emocional, y al paso de sus largas caminatas, acarrean otros canastos o un carretón, con el pan o la fruta para vender en el mercado o en la esquina.
Suena tan irónico ese hashtag entre estas paredes de latas y estómagos vacíos. Mire que yo tengo mis tapabocas limpios, me dice don Iván, el esposo de Juana, solo los uso dos veces y después los lavo. Aquí con el agua del lago, porque usted sabe, no tenemos agua potable, ¿de dónde vamos a sacar? Así me voy al mercado tempranito, guantes no tengo y nos lavamos las manos cuando podemos. El gobierno poco ayuda, ¿sabe? Ellos dicen que es solo una gripecita que ya va a pasar. Estamos a la buena de dios.
Sonrío y me despido, con la distancia adecuada, dos hamacas entre cada persona, dicen es la medida, entonces alzo la mano y saludo, mientras ellos se ríen de mis aprehensiones. De algo vamos a morir, alcanzo a oírle decir a una de ellas.
Terribles son las diferencias entre quienes pueden estar en cuarentena indefinida y quienes deben escoger entre morir de un virus o morir de hambre. El virus no es igual para todos. Es como las religiones, se alimenta del miedo colectivo. #Quedateencasa les dicen y si no lo hacen los acusan y señalan. Como si fuera una decisión fácil, como si el miedo al hambre de los hijos no fuera más fuerte que el miedo a ese virus que no ven. Se enfrentan a sus propias ganas de vivir sin miedo, sin certezas, sin esperanzas.
#Quedateencasa y muérete tranquilo, de hambre o de pena.
* Arquitecta y escritora nicaragüense. Creadora de la serie antológica “Mujeres que Cuentan” en la editorial mexicana Narratio, sello que le publicó su primera novela “El mar no devuelve a sus muertos” (2018). Ha publicado cuentos en antologías y revistas digitales de España, Chile, México, Perú, Guatemala y Nicaragua. Email linbaez@gmail.com, FB Linda Baez Lacayo, FB Mujeres que cuentan, IG @linbaez, IG @Mujeresquecuentan_antologia, Tw @lindabaez
Con más de 41 mil muertes, Brasil se convirtió en el segundo país del mundo con mayor letalidad ante el Covid-19. El llamado “gigante sudamericano” dejó atrás la imagen de cliché de la samba y la fiesta para convertirse en un “país de fosas”, como lo han bautizado organizaciones civiles que, al igual que millones de habitantes, ven cómo se ha delineado la tragedia desde las palabras, indolentes, del presidente Jair Bolsonaro, quien ha calificado la enfermedad como “un resfriadito” o “pequeña crisis”. La situación se agravó por el cambio en el modelo de conteo, que omitió el acumulado de fallecidos y sólo publica los de las últimas 24 horas. Medios periodísticos se aliaron para publicar sus propios recuentos, evidentemente más confiables que los del gobierno del ultraderechista que, en medio de la tragedia, busca armar a la población para evitar un golpe de Estado.
A continuación, a manera de instantáneas de la pandemia, mostramos una selección de los últimos reportes del corresponsal de Telesur en Brasil, Nacho Lemus, quien ha reportado, día tras día el agravamiento del coronavirus en su nación. Una historia que se convirtió en una crónica de llanto.
(Diario en Twitter del 8 al 11 de junio de 2020)
La policía militar de Sao Paulo no podía terminar el domingo sin represión, como es usual, cuando protestan jóvenes periféricos. Son señales de un factor de clase en las movilizaciones contra Bolsonaro que escapa al control de los acuerdos y disputas por lo alto
Más de 36 mil personas fallecieron por Covid-19 en Brasil. Casi 700 mil casos confirmados. En la puerta del Palacio da Alvorada, donde despacha el presidente de la República, tinta roja lanzada por un manifestante
Después de esconder el acumulado de muertos, el ministerio de Salud de Brasil borra los datos y coloca un número menor de fallecidos por Covid-19 en las últimas 24 horas. Primero fueron publicados 1.382 nuevos muertos que representan un total de 37.312 y luego los redujo a 525 en 24 horas.
Protestas antirracistas en #Brasil y contra la gestión del presidente #JairBolsonaro fueron reprimidas por la policía en la ciudad de São Paulo. Los manifestantes rechazaron la violencia policial.
La Orden de los Abogados Brasileños anunció que presentará un proceso en la Corte Suprema contra la omisión de defunciones sobre la pandemia por el gobierno federal. Mientras tanto, el min. de DDHH dedica el tiempo a perseguir víctimas de la dictadura, inclusive muertas.
Ayer, São Paulo fue récord por muertes en 24 horas y hoy, estas dos noticias en un mismo día: “Novios y celulares mueven la reapertura de shoppings en São Paulo en la pandemia”. “La alcaldía compra containers para colocar cajones y liberar cementerios.”
En vísperas del Día de los Novios y justo cuando Brasil alcanza 40.000 muertos por Covid-19, son reabiertos los shoppings de Río y São Paulo, estados de mayor contagio. Un botón y millones de vidas en riesgo por un paseo de consumo o por hambre, adentro del ómnibus.
Río de Janeiro | Así despierta la playa de Copacabana el día en que Brasil alcanza los 40.000 muertos por Covid-19 en números oficiales. Un bolsonarista llegó hasta la protesta y retiró las cruces simbólicas que fueron instaladas en la playa de Copacabana. Luego apareció un hombre, que acaba de perder a su hijo de 25 años, y las volvió a clavar en la arena.
Este texto, elaborado en forma responsable y minuciosa es, como advierte su autora, con fines informativos y no condona ni pretende incentivar el uso de ninguna sustancia psicoactiva.
Por Andrea Mireille*
(Gráficos: Andrea Mireille)
Todas las válvulas de escape parecían aburridísimas y trilladas: cursos, compras e interminables videollamadas que pudieron ser un whatsapp. En otras palabras, mantener la productividad y el consumo en todo momento para intentar olvidar el peso del encierro y el inminente riesgo afuera.
Inicié la microdosificación por la cancelación de tomas y ceremonias en grupo debido a la pandemia. En todo caso, alterar la conciencia no se trata de escapar, sino de explorar y ya que no había otras formas de continuar con mi investigación sobre Psiquédelicos (Dimetiltriptamina, Mescalina, Psilocibina, Cannabis y Ácido Lisérgico), decidí que experimentar por mi cuenta era la mejor opción.
Entre olas y caricias (Cannabis sativa) Dosis: 21 CBD / 14 THC (tres gotas) durante 20 días
Mi primera experiencia intentando dosificar fue hace un año y resultó un desastre, estuve a punto de palidearme, me zumbaron los oídos, la boca se me secó horrible, todo en mi cuarto cobró vida y sentí que el malestar nunca iba a desaparecer. Semanas después conseguí extracto en gotas pues el estrés me impedía dormir, lo que aumentaba mi ansiedad e irritabilidad. Por más que los manuales de microdosis sean útiles, el resultado sigue siendo imprevisible y hay que ir calibrando con los días.
Esta vez no tenía problemas para dormir, simplemente recordé que bajo la cama había un frasco prácticamente lleno y no había motivo para no usarlo. Tomé tres gotas antes de dormir durante 20 días: la calidad del sueño mejoró y al momento de meterme en la cama, los pensamientos recurrentes al final del día, las frustraciones y la confusión desaparecieron, todo era cuestión de poner la cabeza en la almohada y dormir.
Algunas veces hubo sueños llenos de colores, cocodrilos y otras veces de calles desiertas y oscuras. La pandemia pasó a segundo plano, lo mismo la ansiedad que habitualmente padezco; los dolores por la mala postura al escribir, por las horas nalga y por el ejercicio disminuyeron notablemente. El extracto me hacía efecto unos 30 minutos después de tomarlo, sentía por todo el cuerpo cómo la planta me acariciaba, una sensación muy parecida a cuando alguien pasea sus dedos suavemente por tu cuerpo. Al meterme a la cama esta era un océano y mis movimientos se combinaban con las olas, arrullándome.
Las microdosis coincidieron con el premenstrual y el menstrual, en esos días tuve más energía, menor inflamación y únicamente un cólico muy fuerte el segundo día. Usualmente me termino una caja de Ibuprofeno de 600 mg., esta vez se quedó a la mitad.
Curiosamente, no hubo ningún aumento en la creatividad, tampoco noté mejoras en la concentración al momento de trabajar o escribir.
Un tigre en el cuarto y la lengua de Ian Curtis (Psilocibina) Dosis: 30 mg (rebajada por el tiempo de almacenamiento) durante dos días
Mientras tomaba microdosis de cannabis soñé que había un hongo gigante afuera de mi casa. Era rojo, con lunares blancos, como Amanita Muscaria, ese poderoso enteógeno que cubre los bosques en los cuentos de hadas y sirve de vivienda a Los Pitufos.
A fines de marzo tuve un resfriado tan fuerte que, además de ponerme paranoica, hizo que me perdiera una ceremonia de hongos, así que no podía desperdiciar esta señal.
El año pasado, la Psilocibina llegó a mí en forma de chocolate. Planeaba usarlos en septiembre, pero terminaron arrumbados bajo mi cama, nunca me preocupé por congelarlos, así que solo había una forma de saber si aún servían: comerlos.
Me eché uno después del desayuno, el chocolate apenas enmascaraba su fuerte sabor amargo. Como tenía bastante tiempo libre, puse una playlist de Joy Division y me acosté para ver si sentía algo. Me puse los audífonos y pronto pude sentir cómo la música se extendía por todo mi cuerpo. El efecto se magnificó de golpe, decidí bajarme al piso; tiré una almohada y me acosté en los tapetes, entre ellos mi favorito, uno con forma de tigre.
Ver el cuarto desde el suelo lo hacía lucir totalmente diferente y recordé algo que solía hacer de niña: me metía a la cama de mis papás y me acostaba en las orillas de la cama, eso hacía que la habitación se viera distinta, aquello me parecía lo más increíble del mundo y ese día recuperé esa sensación.
Con Isolation retumbando en mis oídos, me vi tumbada con Ian Curtis a mi lado, cantándome al oído, entonces sentí su lengua deslizándose por el cuello hasta llegar a mi oreja, debajo de mí sentí a ese tapete muy vivo, respirando mientras yo estaba sobre él.
Todo eso me hizo reír tan fuerte que sentí que mi risa iba a derrumbar las paredes, me quedé tendida un rato más y después retomé mis actividades como si nada.
Al día siguiente, decidí comerme los dos restantes, pese a que, en teoría, la dosis fue mayor el efecto no fue tan intenso, pero sí interesante. Sentí que todo mi cuerpo palpitaba y se alargaba, de pronto me sentí muy contenta, tuve una fuerte sensación de totalidad, de completud, de estar bien con la vida (lo que sea que eso signifique).
Miré fijamente la persiana y mientras sonreía sentía que estaba mirando al infinito, luego, con la boca muy abierta, contemplé el techo. No había nada especial en él, pero lo veía como si ahí estuviera el misterio de todo, quizá lo estaba.
Aunque, nuevamente no tuve ningún incremento de ideas o creatividad, terminé trapeando mientras bailaba y cantaba a gritos, en ese momento limpiar el piso fue en verdad fascinante.
Vida, muerte e inspiración —sin sustancias— (Orgasmo) Dosis: No aplica
Pocas son las cosas que no pueden arreglarse con un orgasmo: una buena venida es capaz de hacer que nos olvidemos de todo y nos hace sentir que este mundo agonizante es una cama envuelta en satín rosa. Si hay algo mejor que un orgasmo es otro y luego otro más.
El orgasmo es universal, gratis, no requiere de compañía, ni de accesorios sofisticados, tampoco de sustancias, está comprobado que tiene el poder de alterar la conciencia y que su efecto único no se compara al que se consigue por medio de sustancias, al igual que los psiquedélicos, el orgasmo no desactiva la conciencia: la transforma.
A diferencia de las otras experiencias no se requiere ninguna sustancia, ni saber de dosificación para alterar la conciencia, además mejora el ánimo, el cabello y la piel, entre otros beneficios más.
En este caso he tomado “dosis” completas por muchos años. Tras cada orgasmo tengo una sensación de desvanecimiento, de muerte, de euforia y risa, nada más importa, nada existe, todo está bien, el placer trasciende todo: cuando lo sientes crees que cualquier cosa es posible y nada vuelve a ser igual.
A mí siempre me viene un golpe de energía y siento que podría correr un maratón, también me dan muchas ganas de querer salir. El orgasmo sí que me sirve para la creatividad: a menudo hago una pausa en el trabajo para masturbarme y regreso despejada. Mis textos más celebrados han sido creados a base de masturbaciones, orgasmos u otros desahogos físicos (baile, canto, gritos) y hasta hace poco era la única forma que conocía de alterar la conciencia, de sentir que podía salirme del mundo, aunque fuera por un instante.
Quizá todo sea cierto
Los psiquedélicos viven una inesperada popularidad y es más común escuchar cada vez sobre sus prometedores resultados, especialmente para la depresión y la ansiedad. En el caso del cannabis para diversos padecimientos, entre ellos, cáncer, VIH, dolor crónico, endometriosis y Enfermedad de Parkinson, entre otros.
Desafortunadamente, la pandemia frenó —aún más— la regularización de la marihuana, también cerró la posibilidad a un posible debate sobre la legalización de la Psilocibina.
Antes de iniciar la investigación no sabía ni cómo prender un cigarro, ahora que lo pienso, no estoy segura de saber hacerlo aún. ¿Cómo es que alguien que creció (y apoyó) una estricta cultura de la prohibición terminó convertida en lo que cursilería llama psiconauta? Esa respuesta la encontraré cuando el proyecto concluya.
Tal vez todo sea cierto, quizá mi conciencia se ha expandido, quizás en uno de esos viajes abrí la puerta (de la percepción) correcta.
*Escribo. Lo demás es irrelevante. IG @andrea_mireille. Tw @AndreaMireille
Por fin, tras más de dos meses de confinamiento, regreso a mi trabajo situado en la calle Vivienne, donde vivieron Simón Bolívar en 1805 y más de medio siglo después el poeta Lautréamont, quien solía residir en esta zona, centro periodístico y financiero del siglo XIX que gira en torno a la Bolsa de París, fundada y construida por orden del mismísimo Napoleón Bonaparte. En esta calle, sede de la antigua Biblioteca Nacional, suceden algunas de las escenas de los Cantos de Maldoror del joven poeta francés nacido en Uruguay y muerto muy joven en este barrio. Todos los días veo el Palacio Brongniart, que es la réplica majestuosa de un templo griego, muestra de las ambiciones del corso que se extinguió exiliado en la solitaria isla de Santa Helena, en el centro profundo y gélido del Océano Atlántico. Por estas calles vivieron también el gran Stendhal, Bougainville y solía ser frecuentada por Balzac, quien se escondía de las deudas y venía a la zona en busca de préstamos o a pedir plazos a sus acreedores. Durante los dos meses encerrado me dediqué a los placeres de leer y releer sin límite al azar los libros aplazados, oír todas las músicas como el jazz de Miles Davis y John Coltrane, la Bossa Nova, el rock de Janis Joplin y Jim Morrison, alternando con prodigios clásicos de Bach, Mozart, Vivaldi, Grieg y Beethoven, interpretados por la virtuosa violinista y pianista alemana Julia Fischer, que reside junto al lago Stanbergersee, no lejos de la amada ciudad barroca Múnich y de Los Alpes. Debo confesar sin vergüenza alguna que en momentos de deriva confinatoria, cuando el tiempo se extendía en el espacio como una galaxia perdida poblada de agujeros negros y subían hasta casi mil los muertos diarios, me dediqué a escuchar todo el repertorio reciente del reggaetón y la bachata que se escucha en todos los bares del mundo, cuyas palabras lúbricas y juegos semánticos a veces me sorprendieron como testimonio de la vida amorosa y sexual de los barrios populares del Caribe, aplastados por el sol, el deseo, la pobreza y el rebusque. Y a veces, para alternar, revisé las músicas andinas de Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, Óscar Agudelo y Alci Acosta, los tangos de Gardel o las rancheras de Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís, que se escuchan en todas las cantinas pueblerinas de mi querida Colombia. Y también me topé con las canciones de Toña la Negra, Chavela Vargas y otras boleristas de leyenda o con un clásico de la cumbia, La Pollera colorá, interpretada en blanco y negro por Lucho Bermúdez y que es tal vez uno de los himnos nacionales de mi país. A eso agregué tardes con Niche, Guayacán y Joe Arroyo. Aunque vi poco cine, revisé algunas películas francesas de los años 60 como Bajo el sol de René Clement, con la actuación del joven galán Alain Delon, símbolo sexual junto con Brigitte Bardot de una época maravillosa. Me impresionó el genio de René Clement, la agilidad de su mirada en las escenas marinas y la captación de los puertos o ciudades italianas, Roma, Nápoles y Montebello, donde se detenía la historia basada en una novela de Patricia Highsmith, El señor Ripley. Y por supuesto, para equilibrar, volví a ver Y Dios creó la mujer, película de Roger Vadim, filmada en Saint Tropez, que lanzó a la fama y a la gloria a la gran actriz Brigitte Bardot, quien erotizó al mundo antes de retirarse para siempre y dedicarse a la lucha por la proteccion de los animales.
Salir del confinamiento no se hace así como así. Los días previos tuve insomnio y cuando llegó la hora de partir al trabajo, tomé el toro por los cuernos y me fui caminando por toda la ciudad donde he residido la mayor parte de mi vida
Cocinar fue otro de los placeres redescubiertos. Nada como preparar un boeuf bourgignon, tal y como me lo enseñó a hacer a los 20 años mi adorada amiga la señora Ragannaud, una combatiente antifascista amante de la literatura que vivió la guerra y después tuvo un restaurante e hizo todo lo posible para educarme en la confección de ese plato y otros, como el complejo Coq au vin. Tanto el uno como el otro llevan vino, o sea el elíxir que bebían los humanos en la cuenca de Mediterráneo desde antes de los griegos. Pero salir del confinamiento no se hace así como así. Los días previos tuve insomnio y cuando llegó la hora de partir al trabajo tomé el toro por los cuernos y me fui caminando por toda la ciudad donde he residido la mayor parte de mi vida. Bajé por la Avenida de Gobelins, subí por la medieval Mouffetard, crucé la Plaza de la Contrescarpe donde se emborrachaba el poeta François Villon, llegué a la cúspide de la colina central de la romana Lutecia e ingresé al templo donde se encuentra la piedra mortuoria de Santa Genoveva, la patrona de París que protegió a su pueblo, entonces amenazado en el siglo V por una probable invasión de Atila. Luego caminé por la calle Monsieur le Prince, donde vivieron Auguste Comte y Emile Durkheim y está el centenario restaurante Polydor, bajé al metro Odéon y pasé por uno de mis bares favoritos, el Danton, que estaba cerrado, emprendí el laberinto de callejuelas que llevan al Sena y antes de llegar la sede de la Academia Francesa volví a ver la vieja casa donde vivió Champollion, descifrador de los jeroglíficos egipcios. Crucé el Pont des Arts, tan bien contado por Julio Cortázar, pasé por el Louvre, me interné por el parque del Palacio Real, donde solían libertinos y enciclopedistas de fines del siglo XVII libar y dedicarse a los placeres antes de hacer la Revolución, el mismo sitio frecuentado por el joven viudo Bolívar antes de regresar a buscar la independencia de su tierra. Y al final desemboco en la calle Vivienne que figura en Los cantos de Maldoror de Lautréamont, después de caminar cinco kilómetros por la ciudad bajo el sol, a 29 grados centígrados, para volver a abarcarla en toda su amplitud, una ciudad que despierta después de haberse covertido por dos meses en urbe fantasma poblada por la muerte de la peste. No hay turistas. Hay poco movimiento, poca gente, pero la ciudad resplandece en este día de sol veraniego. Llego a la oficina donde permaneceré solo y en silencio en un espacio antiséptico y oloroso a desinfectantes, rodeado de ordenadores y pantallas, ya que solo una parte ínfima de quienes trabajamos aquí optamos por volver al sitio como precursores y sin miedo. Extraña sensación la de volver a la normalidad después de una pesadilla que ahora parece una película de terror olvidada. La peste se fue ya y la ciudad milenaria quedó intacta como siempre.
*Periodista, poeta y escritor (Manizales, Colombia, 1953), ha vivido la mayor parte de su vida en México, EU y Francia, donde reside actualmente. Ha publicado entre otras las novelas Tierra de leones (1986), Bulevar de los héroes (1987), El viaje triunfal (1993), Tequila Coxis (2003) y Las rutas de Ifigenia (2019). En 2016 publicó en Madrid París exprés. Crónicas parisinas del siglo XXI.