«La pérdida es tan natural como nuestra existencia.«
Cuando la cuarentena inició por la pandemia, comenzaba mi segundo semestre en la preparatoria. Realmente no terminé de conocer a mis compañeros, formar recuerdos o esas buenas amistades, en sí vivir la experiencia completa de la preparatoria.
A cambio decidieron que por nuestra salud y bienestar y la de los que queremos, era importante mantenernos en aislamiento tomando las precauciones necesarias. Pero una pandemia no iba a poner en pausa nuestras vidas, se tomó la decisión de que estudiaríamos en casa.
Al principio se me hizo algo difícil adaptarme a la nueva modalidad y al mismo tiempo estar preocupado por mi familia y amigos. Pero poco a poco supe cómo organizar mi mente, mis emociones y mis actividades escolares.
En algún momento todo ese orden se perdió al enterarme de que una de las personas más importantes con el que compartía grandes recuerdos de mi niñez había fallecido a causa del virus SARS-CoV-2. Realmente fue un golpe muy duro y aún más lo fue no poder despedirme. Toda esta situación de la pandemia y las pérdidas que ha dejado me enseñó que hay cosas o situaciones inesperadas que cambian todo en un instante. Es por eso que hay que apreciar cada momento con la familia y los que queremos, probar y experimentar nuevas cosas, vivir al máximo cada momento. A un año del encierro, de asimilar pérdidas, de ver la vida tras la ventana, creo que la mejor oportunidad es el hoy y vivir en la plenitud del presente.
Como es bien sabido por todo el mundo, llevamos poco más de un año encerrados en casa, viviendo distintos ámbitos de nuestra vida por medio de redes sociales o bien por medios virtuales. Los estudiantes llevamos poco más de un año lidiando con aprender sin interactuar. Claro que lo anterior no es el caso de todos, hemos visto que la brecha social se ha hecho notoria y ya no se puede evadir que todos tenemos estatus sociales diferentes.
En carne propia he vivido lo que es luchar con las diferencias sociales. Cuando inició la pandemia y por ende la suspensión de clases, la mayoría pensó: ¡Dos semanas libres de escuela! Sin embargo, dos semanas se volvieron un año y tantos meses. A diario había que revisar las plataformas asignadas para evaluar nuestro trabajo como estudiantes. La conexión de internet desesperaba, eran lentas y muchas veces no servían. Algunas veces preferí no entrar ni entregar los trabajos, ¿qué podía pasar?
Lo peor que pudo pasar era reprobar, y pasó. Lo peor que podía pasar con la pandemia era el cierre de algunos sectores comerciales, lo peor que pudo pasar es que las familias mexicanas perdieran su fuente principal de sustento, lo peor que pudo pasar le pasó a mi familia, el dinero no era suficiente, había desesperación por que el dinero no alcanzaba, así que tuve que pasar de estudiante a trabajador.
Para llevar sustento a mi casa tuve que dejar de lado la escuela en línea y trabajar. ¿De qué? De lo que fuera. Pasé por trabajos de albañilería, por atender tiendas cercanas a casa, por ir a cargar y descargar tráilers, de lo que fuera. No importaba que pasara, tenía que ayudar. ¿Y el virus que amenazaba con acabar con la vida? Lo puse en pausa, había que olvidarse de la escuela y del virus, la necesidad en casa era más urgente. Había que decidir entre quedarse en casa y no comer, o bien comer, pero correr el riesgo de enfermarse.
Así pasé de estudiante a trabajador, un trabajador joven como otros tantos que hay en México. No seré el único que tuvo que recurrir a trabajar cuando había que resguardarse, como yo. ¿Cuántos más pasaron de estudiante a trabajador?
Advertencia: Los nombres son anónimos a la crónica por lo cual no se mencionan.
Todos tenemos una realidad distinta, pero a la vez todas son similares. A veces nos preguntamos por qué tenemos ese destino, ¿es culpa de nuestro gobierno acaso porque esa vida nos merecemos? No es por nuestra desidia y confianza en que nada va a pasar; en cierto modo nosotros provocamos que esto creciera.
“YA NO DEJARÉ QUE ESTO ME LASTIME Y ME ALEJE DE MI FAMILIA”
En el año 2019 yo convivía con toda mi familia, esperábamos que el siguiente año (2020) fuera una puerta para nuevas oportunidades, mi abuelo estaba por emprender una tienda de abarrotes para apoyarse en el dinero de sus medicinas y consultas de mi abuela con diabetes, pero nosotros no estábamos conscientes ni mucho menos preparados para lo que vendría entre febrero y enero del 2020. Nos enteramos en las noticias que el virus SARS-CoV-2 (Covid-19) estaba matando a demasiadas personas en los países de Latinoamérica, por lo cual nuestro país México tenía que tomar medidas drásticas. Fuimos severamente afectados a nivel económico, mi papá a veces podía cobrar cada 3 o 5 meses porque la empresa no tenía bastantes recursos para pagar formalmente a sus empleados.
Esto dio lugar a que mi padre no pudiera seguir apoyando económicamente a mis abuelos, por lo cual ellos vieron una forma de conseguir ingresos. Era el momento de abrir la tienda, esto requería apoyo de mi tía que vivía en Tijuana, que ella apoyara a mis abuelos a abastecer la tienda y buscar proveedores económicos. Por lo tanto mi abuelo tenía que viajar a Tijuana recurrentemente, pero fue el mayor error que cometimos nosotros, tanto como no prevenir que ya México se encontraba en semáforo rojo. Un día, aún lo recuerdo muy bien, el 3 de mayo de 2020, se sintió severamente mal con fiebre alta y vómito recurrente. No puedo dar más detalles de los síntomas sufridos porque son muy fuertes, pero a veces llegaba a pensar que ya lo dejaran descansar porque veía cómo sufría de dolor. Sus lágrimas para mí eran una tortura, siempre me recostaba a llorar o me desaparecía de la vista de todos.
Los días pasaban, la salud de mi abuelo no mejoraba en nada, teníamos que llenar el tanque de oxígeno como hasta 100 veces por mes. Nos decían que mejoraría en los próximos días, pero para mí y mis padres solo eran mentiras, ni siquiera su apetito mejoraba, al contrario. Sé que los doctores del hospital dieron todo por salvarlo, pero lamentablemente nada salió bien, el virus ya estaba muy avanzado. El 20 de julio nos dieron la noticia de que él no soportó más el ambiente y el dolor que producía el virus, ni siquiera ya podía respirar. Además como sufría diabetes, todo empeoró en los últimos día de su vida, ni siquiera le dije adiós ni él a mí. No pude despedirme, solo lo lloré en una caja con cenizas.
Lo que más me dolió fue ver a mi abuelita sin ánimos de nada, no comía ni quería despertar. Un día nos dijo que por qué no se la llevó a ella también, que lo extrañaba. En sus términos de ella estaba muerta en vida. Tuvimos que llevarla a un psicólogo y tuvo que venir a vivir con nosotros, para que tuviera más ánimos. Temíamos lo peor si ella vivía sola, además estaba enferma de diabetes y en ese momento todas las cosas cambiaron en mi casa. Yo debía de madurar más rápido, nada de salir a fiestas, solo salir al supermercado. Una persona, por lo regular mi papa, se tenía que encargar de eso, debíamos cuidarla como a nuestra propia vida. Ella es todo para mí, daría mi vida por su bienestar y si pudiera haber salvado a mi abuelito lo hubiera hecho. Sé que él ahora está mejor, pero sí nos dejó unos meses llenos de depresión y tristeza. Pero lo que no te mata solo te hace más fuerte. Tengo en cuenta que ya no soy el mismo de hace un año, al que todo le daba risa. Tengo mis recaídas, pero sé levantarme, siento que si todos hubiéramos tomado esto como algo serio y no como el virus que es «un invento del gobierno» o «solo es un pequeño resfriado», aún todas esas personas incluyendo a mi abuelo estarían aquí. Mi abuela un día me platicó que mi abuelo antes de morir le dijo que se contagió por una persona que en el vuelo estaba al lado de él y le decía que el virus solo era un mito más; se la pasó estornudando durante todo el vuelo y su cubre bocas lo tiró en un asiento. En ese momento comprendí el nivel de ignorancia de un ser humano y adónde nos llevan cada uno de nuestros actos. Espero que esta persona se haya salvado y algún día se arrepienta del daño que causó por su irresponsabilidad.
Siento que a nosotros nos debe pasar y sentir lo peor para creer en la cruel realidad, porque cuando no nos pasa decimos que solo es un invento. Yo respeto la creencia de cada quien, pero cuando ya nos pasa queremos actuar pero es demasiado tarde.
Esta crónica está hecha para hacer conciencia y no para para culpar a terceras personas de la desgracia mencionada. Debes cuidarte a ti y a tus seres queridos, no dejes que esto te separe de tu familia.
A diferencia de los demás, cuando comenzó a escucharse del dichoso virus no me espanté como muchos otros. Simplemente me puse a analizar, ¿por qué?
Mi vida no está llena de muchas sorpresas, sin embargo agradezco que esté llena de salud, no he tenido enfermedades de gravedad, si acaso algunas alergias. Aunque en estos tiempos, tener salud en realidad es una gran sorpresa de la vida. Soy de las personas que suelen tener una visión diferente, algunos me catalogan como light, pero no es así. Sé diferenciar cuando hay situaciones en las que debo tomar acción, pero también en las que no debo preocuparme porque la vida pasa, y si hay alguna circunstancia que nos toque, pues la enfrentamos y ni modo, ¿no?
Retomo que cuando inició la cuarentena, simplemente decidí vivir mi vida con toda normalidad. Sin miedo. Pensé que todo era un aprendizaje, aunque mucha gente no lo veía de esa manera, y qué ejemplo más claro que culpar a los chinos por los hábitos alimenticios que tienen. Y al paso del tiempo nos dimos cuenta que culpando a los demás no encontramos soluciones.
Sabíamos de alguna manera que un virus como este en algún momento podría surgir por falta de higiene, por no cuidar al planeta o por otras circunstancias que quizá ni imaginamos. Lo que no hicimos fue prepararnos para vivir tanto tiempo en casa.
Sin embargo, en mi circunstancia de estudiante de bachillerato estoy agradecida porque en esta cuarentena [que ya se prolongó por más de un año], mi vida está llena de prosperidad. No me falta nada. A pesar de las noticias tristes, trato de no engancharme y vivo la vida feliz, a mi manera. Mi autoestima en este tiempo se elevó. Me siento bien. La vida no es perfecta: sigo tomando buenas y malas decisiones, pero… ¡es parte de show!
“Sé por experiencia que el gran arte mexicano es el autoengaño.”
John Gray
Por Itzel Hernández García
Como un vago recuerdo, me viene a la mente que hace poco más de un año disfrutábamos las fiestas decembrinas. En ese entonces lo viví como una celebración más, nunca imaginé que nos estancaríamos en un confinamiento que meses después sin fin se veía.
En los primeros días de encierro, aún me resuena en la menta esos irónicos, egoístas o absurdos comentarios : “es una mentira más del gobierno”, “no tengo por qué hacer lo que los demás quieren”, y comentarios similares escuché todo el tiempo de muy peculiares personajes de Huehuetoca. Esas voces estaban en todo lugar: el supermercado, el tianguis, las tiendas e incluso en las puertas de mi propia casa.
A mí me causaba desagrado escuchar a gente expresarse negativamente, a diferencia de las personas que sí tomaron con seriedad la pandemia y se resguardaron. Pero, ¿podía opinar? Ante la sociedad era una adolescente más que no sabe tomar decisiones propias… o al menos eso es lo que piensan los adultos. Aunque también observé al paso del tiempo que esos adultos que tanto nos critican a los adolescentes, tampoco estaban tomando las mejores decisiones. Y después el tiempo lo demostró.
Un día en este año tan turbulento estaba sentada en la sala y decidí llamar a mi tía que vive en Veracruz. Mientras conversamos, le dije que me quería ir a su casa porque en casa no había nadie en el día porque mis papás trabajaban, no contaba con los recursos para estudiar en línea y sobre todo, porque en esos primeros días tenía un miedo intenso al virus desconocido.
Empaqué y un sábado viajé a Veracruz, estuve con mi tía, mis abuelos y mi hermana. Pasaron algunos meses y algunas veces venía con mi tía a la Ciudad de México de ¿compras?
Cuando me tocó volver a la zona urbana noté que las voces eran de lamentos por pérdidas de seres queridos, funerales e incluso me tocó ver muchos moños negros en las casas.
A pesar de que no eran mis pérdidas y ni siquiera conocía a la gente me dolía mucho ese sufrimiento. Aunque rápidamente mi sentimiento se convertía en rabia, pues a pesar de las muertes, mucha gente seguía inconsciente de que deberíamos protegernos. Me daba rabia escuchar a la gente hacer drama porque se les solicitaba en los lugares públicos seguir protocolos de salud, como portar cubre bocas o tomar sana distancia…
Con el tiempo comprendí que no podemos evitar el sufrimiento que ha dejado este terrible virus, y tampoco podemos estar sufriendo todos, que es necesario que otras personas también disfruten de la vida, porque ante esta situación actual lo que hace falta es esperanza. Ojalá después de todo este año de tantos acontecimientos ante un enemigo invisible, como sociedad veamos que no es malo reír, pero que debemos tener empatía hacia los demás y que esto no ha terminado y necesitamos seguir tomando las medidas necesarias para conservar lo más valioso, que es nuestra salud.
Afrontar esto para mi fue muy difícil, dejar de ver a mis seres queridos creo que fue la parte más dolorosa de esto. Ya que no era una persona tan apegada a ellos tenía ese resentimiento de no haber vivido lo que tenía, no haber disfrutado los últimos días en clases, a las personas que dejé de ver a causa del confinamiento como a mis abuelos o seres queridos mayores, dejar todo atrás y tener esa idea que nada volvería a ser lo mismo me atormentaba, incluso mis constantes pensamientos negativos me llevaron a alejar a personas que amaba y quería, por simple negatividad.
Mi vida se tornó oscura y negativa a tal grado de aislarme completamente de todos hasta de mí mismo, no me sentía yo, muchas cosas pasaron en tan poco tiempo y aún me costaba procesarlas. Mi vida y salud mental empeoraron gracias a malas amistades, relaciones malas que no me llevaban a nada bueno.
Con el paso del tiempo aprendí de mis errores, aprendí que no a todos se les tiene que pedir perdón, que la vida por más cruda que parezca de eso se trata. Viví muchas cosas gracias a eso, ahora tengo sueños, metas por alcanzar, tengo un proyecto de vida consolidado.
Aunque la lucha sigue, creo que siempre hay que mantener la mente en alto, nunca dejar que tus sueños se alejen. ¡Esto vaya que es difícil vivirlo! Pero nunca te pierdas a ti mismo, siempre valora lo que haces y siempre haz lo que a ti más te apasione y te guste, ya que no puedes vivir con arrepentimientos.
Cada día hay nuevas cifras con más asientos ausentes y más almas destrozadas, aferradas a la vida que provoca en mi mente un desglosamiento de recuerdos acompañado de cicatrices nuevas y sentimientos de impotencia, soledad y miedo, atrapados en hojas de papel que terminan por debatir mi cordura y mi fuerza donde el tiempo es elemental, pero la salud mental es necesaria.
Es tan necesario como poder respirar porque ambas van de la mano; es tan difícil concentrarte en cumplir con tus responsabilidades sabiendo que en cada minuto una persona deja una silla vacía en la cena, así como un vacío en el alma. Eso causa una pausa en mi vida como estudiante y ha provocado que más de 8 millones 784 mil estudiantes sufran de ansiedad, así como yo.
Porque la llegada del covid me está enfermando aunque yo no me dé cuenta, provoca intranquilidad en mi cuerpo que acelera mi ritmo cardíaco y reduce mi respiración, controla mi mente que alerta a mi cuerpo y aporta esa terrible enfermedad fantasma en mi mente.
Es tan frustrante saber que la llegada del covid ha traído ansiedad a mi vida y no solo eso, también huellas que tardarán en borrarse en donde el encierro está jugando un gran papel y tiene una gran consecuencia. El perder el ritmo de la comunicación con otros individuos me ha dejado desahuciada y con una inmensa tristeza.
Pero a pesar del mal momento de esta situación complicada, con la ayuda de mi psicóloga he prendido a manejar más el tiempo a mi favor y que este encierro no sea solo una limitante, sino una oportunidad para aprender a vencer la ansiedad y no dejar que el encierro domine a mi mente, porque hay más motivos para vivir que para no existir, porque no siempre tocaré a mi reflejo. Llegará un momento cuando podré abrazar a mis seres queridos sin un reflejo.
“Explora tus sentimientos y así podrás explorar mente y alma de la persona que tanto amas.”
Todo empezó cuando en la escuela nos avisaron que nos íbamos a tomar un descanso de entre dos o tres semanas, pero no fue así, fue todo lo contrario. Admito no soy tan fanática de estar en un aula alrededor de 6-7 horas, era algo demasiado frustrante ya que era la rutina de siempre, es como tipo suena la alarma y dices “Otra vez” y te quedas viendo el techo y pensando hasta en la mortalidad del cangrejo. Luego de cinco minutos de ver el techo me levanto y solo observo el zapato y me pregunto: “¿De qué numero calzo? ¿Por qué es negro el zapato? ¿Es muy importante ir a la escuela?”. Yo misma me respondía y era como de no pensar en una respuesta asertiva, sino que solo me reía de las cosas que yo misma me preguntaba. De repente se escucha una hermosa melodía de Chopin, “Nocturne” y se asoma mi madre, resulta que no era Chopin, era mi madre gritando para que me levantara que porque ya se me hacía tarde para llegar al colegio.
A esto yo le llamaba vida, para mí la vida era pelear con mis padres y solo cumplir con mi obligación, que es la escuela. Pero todo cambió en el transcurso de los meses. Pasó abril, mayo, junio y así fue, después llega OCTUBRE y fue entonces que llega ese alguien que te hace sentir algo muy diferente de lo que antes era, te hace ver un mundo de todos los colores. En cuando llega esa persona especial a mi vida, es como cuando escuchas tu música preferida mientras ves pasar a personas desconocidas y te preguntas: “¿Ellos ya encontraron el amor o solo yo?” Dicha persona me hizo ser más atenta con las personas que me rodeaban, mi ser cambiaba por completo cuando estaba cerca de él. Por ejemplo, si yo tenía dolor de cabeza con solo verlo ¡PUFF! ya no había dolor. ¿A dónde fue? Quién sabe.
Pero lo único que sé es que mi cuarentena mejoró cuando lo conocí a él, suena raro pero sí, hay veces que vas por la vida con una venda en los ojos y viene alguien y me hizo ver cosas que antes no tenía explicación para mí, pero como dice mi madre: “Todo comienzo tiene su final”.
Nadie esperaba un virus, todos teníamos planes. A lo mejor unos tenían pensado casarse, divorciarse, suicidarse, juntarse, no lo sé. Pero como yo digo, cada cabeza es un mundo, pero al final de todo debemos disfrutar cada momento con nuestros seres amados, porque no sabemos lo que pasará con esas personas que nos rodean; hay que dar el 100 por ciento todos los días. En ciertas ocasiones no pensamos, solo actuamos y así es como todos estamos –Con los ojos cerrados–.
Desde que comenzó, la pandemia ha ocasionado un desastre a nivel mundial. Yo, César Adriel Terán Tovar, tuve que adaptarme a una nueva modalidad en la cual dejé de salir para cuidarme a mí como a mis seres queridos. Tuve la desgracia de perder a familiares por culpa de este virus, pero especialmente perdí a uno que sobresalía de los demás. Esa persona era mi abuelo, una persona que desde niño me acompañó siempre adonde fuera, él fue quien me enseñó el verdadero valor de la vida, lleno de su sabiduría pude solventar algunos problemas que se me presentaron personalmente. No tuve la oportunidad de poder verlo por última vez, aunque sea para agradecerle todo lo que me había enseñado. Recuerdo como si hubiese sido ayer cuando me contaba anécdotas de su infancia y demás.
Ahora solo queda en el recuerdo, la última vez que lo vi fue en una urna funeraria.
Durante esta pandemia, bajo pretexto de que no era posible pagarme lo que se debía por las circunstancias de salud, fui una persona más víctima de las injusticias. Cuento mi historia en las siguientes líneas. Empecé a trabajar en la empresa Ecovivienda, ubicada en la colonia Guadalupana, en el municipio de Huehuetoca, y que se dedica a la venta de casas.
El 18 de junio de 2019 me contrataron. Cuando inicié a trabajar era menor de edad, por lo que era necesario que mi tutor firmara un documento de común acuerdo en que me pagarían cada quincena. Las primeras semanas no me citaron a trabajar, al igual que a otros compañeros, por lo cual no hubo pago alguno. Después el trabajo se regularizó, cumplí con las actividades que me asignaron y luego de cuatro meses noté que no me pagaron lo estipulado en el contrato laboral. Mi jefe decía que por la pandemia no era posible que nos pagaran lo que decía el contrato. Así que ni mis compañeros ni yo dijimos nada. Pasaron los meses y seguían sin pagar lo que decía el contrato, pero ya no le di mucha importancia. Transcurrieron dos meses más y aún no me pagaban lo que correspondía. Siempre bajo el mismo argumento: la pandemia. Un día repentinamente varios empleados junto conmigo fuimos despedidos, sin ninguna explicación. No hice nada por pelear el faltante del pago, pero decidí contarles a mis papás. No había mucho qué hacer. Un mes después el dueño de la empresa llamó a mis papás, pero no hubo resolución del pago, ni me dieron el faltante de los seis meses que estuve trabajando allí. En realidad el pago adeudado no era mucho dinero, solo 400 pesos, que para los dueños quizás no era tanto, pero a mí realmente me servía para mucho.
Lamentablemente, muchos empleadores se aprovechan de la pandemia y buscan sacar ventaja mediante artimañas para pagarnos menos de lo que en realidad merecemos. El robo de salarios ocurre más a menudo de los que nos podríamos imaginar. Muchos trabajadores, por miedo a las represalias, a perder el trabajo o a meterse en más problemas, dejan que esto suceda.