Antes de que el Covid-19 llegara a mi vida ya hacía trabajos en línea, pero nunca fue al 100%, hasta que se anunciaron las clases en línea y todo eso cambió.
Aún recuerdo esos últimos momentos en escuela presencial. Llegabas y se escuchaba el ruido de los demás, veías a tus compañeros y amigos, esperabas las clases y sobre todo la hora de salida. Ese día se nos anuncia una supuesta suspensión de tan solo dos semanas, pero qué ingenuos fuimos al creer que en ese lapso las cosas se iban a controlar. Esto empieza y el regreso a clases se va posponiendo cada vez más por lo delicada que se estaba poniendo la situación. Vi algunos videos y caí en la cuenta de que el regreso a clases se haría imposible durante un muy largo tiempo. Unos meses después se nos anunció que tendríamos actividades en classroom de temas que habíamos visto de manera presencial. Y con esto empezó el caos.
Los primeros días de actividades, la verdad es que empecé a entregar en tiempo, pero pasadas las semanas se me hacía más y más tedioso, era algo totalmente diferente y no podía adaptarme. Todo mi segundo semestre continuó así y al final no terminé de adaptarme a poner horarios y que no se me juntaran las actividades, pero entregué las cosas y eso es lo que importa.
Después de un largo descanso de verano se nos anuncia que para el nuevo ciclo ya tendríamos clases por llamada. La verdad es que al inicio me sentí motivado, quería conocer a los nuevos profesores y sobre todo aprender con ello. Y sí, la verdad los primeros días fue así, entré a clases y hacía mis actividades en tiempo y forma, pero la desmotivación me alcanzó y caí, empecé a no entrar a clases y solo veía las grabaciones; después me costaba entregar las actividades en tiempo y forma.
Terminó el semestre y eso no cambió mucho, al final logré salvarlo en las últimas semanas. Y con este 4to semestre tampoco cambiaron las cosas del todo, aunque lo que sí me acople bien fue a usar estas herramientas que tengo a mi alcance y las he explotado bastante. He aprendido muchísimas cosas que sin duda cuando esto vuelva a presencial me será más fácil algunas cosas.
Por ello, aunque adaptarse es difícil no es imposible, siempre hay algo nuevo que aprender y explotar, y más ahora que nunca aprendimos que las cosas pueden cambiar de un día a otro sin previo aviso. Y si bien es de humanos equivocarse, rendirse y desmotivarse, también se puede superar eso y verlo de otra manera, aprovechando lo que se nos pone enfrente.
Textos y fotos Ruy A. Félix / Zoncuantla, Veracruz*
Sangrar de la boca por un golpe recibido, mientras tienes los labios y los pómulos entumecidos por el mismo golpe, podría describirse como salir del dentista con monedas en la boca; a eso sabe la sangre y así se sienten los labios. Tengo la suerte de haber sentido eso solo una vez en mi vida y fue alrededor de los 12 años. Pasó cuando recién había llegado a la colonia Mariano Escobedo, en la congregación Zoncuantla, en Coatepec, Veracruz. Posteriormente, las personas con las que tuve el conflicto se volvieron mis amigos. Dejé la colonia por mucho tiempo y a causa de la pandemia decidí regresar.
Al día siguiente de llegar a la colonia me encontré con Óscar, quien me saludó con gusto. Yo lo saludé con una mezcla de gusto y desconfianza, pues él no llevaba tapabocas, algo muy común aquí. “¡Eh, bato!, cáele al campito el sábado, va a jugar toda la flota”. Accedí, no sabía con qué ánimos estaría ni a qué hora me levantaría, pero la posibilidad de ir era real.
“Al parecer, el asentamiento original es de tiempos mesoamericanos”
Zoncuantla comprende un puñado de colonias que se dibujan en torno al río Pixquiac, dentro del llamado Bosque de niebla. Es zona cafetalera y de cañaverales. Tres de estas colonias colindan entre sí: La Pitaya, Seis de enero y Mariano Escobedo. Esta última es donde hay más concentración de gente, la mayoría de escasos recursos. Es la única de las tres que no es capturada por el ojo chismoso de Google Maps, y cuyas calles también se esconden del satélite de este gigante corporativo. La entrada principal es por la antigua carretera Xalapa-Coatepec. Esta calle es muy bonita y se extiende hasta el puente que cruza el río para entrar de lleno a la colonia. Cruzando el río se encuentra lo que era la tienda de Don Pancho y donde ahora los fines de semana venden cacalas (más adelante explicaré qué son). A un costado hay un enorme haya —árbol muy común aquí: alto, con hojas de estrellas y tronco descarapelado— y junto a él las escaleras que dan al campito.
“Habían hecho su propia presa ecológica acomodando piedras a lo ancho del río”
El sábado, después de comer, caminé bajo el furioso sol y sobre el cansado pellejo de cascajo de la calle de mi casa, la cual se extiende en paralelo al Pixquiac. Del río brincaron unos niños en calzones, empapados de agua, felicidad y sonrisas, las cuales brillaban como el sol. Soltaban tales carcajadas y gritos que enmudecían a la misma corriente del río. Uno de los párvulos se protegía con un escudo hecho de plástico y rafia, que seguro rescató de la basura. Como arma empuñaba una rama cualquiera, todo un guerrero “verde y autosustentable”, diría algún hipster. Aparte de hacer las veces de gladiadores, también la hacían de castores, pues habían construido su propia presa para nadar, también ecológica, acomodando piedras a lo ancho del río.
El Pixquiac es un río de aguas cristalinas que se origina en el Cofre de Perote. A lo largo de su cauce se une con otros ríos hasta formar el río La Antigua, casi llegando a Jalcomulco. Gracias a su control —realizado por el grupo de monitoreo comunitario “Amigos del Pixquiac” e investigadores de la UNAM— ha logrado mantener sus aguas cristalinas, pero no ha salido ileso de los embates de la modernidad y los asentamientos humanos: ya no se ven tantas ranas ni charalitos como antes; en el pasado hasta truchas podían encontrarse.
Pregunté en el puesto de cacalas qué más vendían: “Raspados, bolis, elotes y trololotes, güero”. Las cacalas son los chicharrones preparados, pero tienen un plus: en vez de cueritos llevan pollo deshebrado y un delicioso pico de gallo hecho con jitomate, cebolla y chile picados; los bolis son las “congeladas”, es decir, agua de sabor congelada dentro de una bolsa y los trololotes son, nada más y nada menos, que esquites, el grano de maíz cocido.
Bajé al campo porque me había empezado a chiflar el “Micro” —ventajas de no usar cubre bocas— y ya no compré nada. Lo saludé y vi que en una mano llevaba una caja de cerillos, en la otra una pipa rota de cerámica y un cerillo doblado con el cual intentaba hacer lumbre. El Micro, cuyo verdadero nombre es Miguel, insistió un par de veces en convertir en lumbre a aquel perezoso cerillo, hasta que este decidió perder la cabeza renunciando a la labor a la que fue destinado.
—Qué onda, bato, ¿tienes “lumbre”?
—Te fallo, Miguel.
Decidí dejar de llamarlo Micro cuando una vez, estando bajo los influjos de algún destilado, así me lo exigió. A pesar de que ya lo van venciendo los años, los vicios y de ser de estatura más baja que la mía —lo cual es un verdadero logro—, su oficio de artesano de la construcción y su larga carrera en peleas callejeras lo siguen haciendo un gladiador al que nunca podría vencer; además le tengo estima y un profundo respeto, por lo cual no lo iba a contrariar. Su vida en la calle puede leerse en su rostro. Usualmente se le veía alguno de sus minúsculos y negrísimos ojos adornado con hematomas. La nariz también lo delata como asiduo de las peleas. Es chata cual boxeador y hace mucho tiempo que un muy buen golpe se la dejó tremendamente chueca. Su cuerpo es delgado, pero muy lejos de verse desnutrido pues, así como su rostro no esconde los golpes, sus brazos no esconden los músculos. Sus manos están hermanadas con su rostro en golpes. Quizá el marro, algún ladrillo escurridizo o varias quijadas le han hecho enchuecar sus dedos, se les notan los golpes. Su cabello parece siempre sudado y es totalmente lacio.
—Qué tranza, Miguel, ¿hoy no van a jugar o qué onda? —le pregunté.
—Quién sabe, ya pasan de las dos y no han bajado. Hace rato pasó el Pepe con los chiquillos y llevaban una bocina, yo creo que iban al campo del monte a fumar. Sí conoces al Pepe, ¿no?
No tenía idea de quién era el Pepe, pero él estaba tan convencido de lo contrario que no insistí más.
“Don Félix no había cambiado nada, a diferencia de la demás gente y el mismo barrio”
Pasó el tiempo y fueron llegando más personas. Éramos alrededor de cinco o seis y un par de ellos venían de la obra, se notaba por su ropa llena de mezcla. La plática fue interrumpida por don Félix, quien llegó ebrio a pedir dinero para comprar caña. El viejo lechero llevaba borracho al menos tres días —por no decir que décadas—, lo había visto cantando a José Alfredo Jiménez ahogado en alcohol dos días seguidos. Los jóvenes sacaron dinero de sus bolsillos para comprar cervezas y un ocho de caña para el carismático anciano. A pesar del tiempo sin verlo, don Félix no ha cambiado a diferencia del barrio. Sigue con sus botas, hechas de la piel de algún animal escamoso; con sus pantalones de mezclilla, eternamente sucios; su camisa de botones, a la que siempre le falta alguno; su estropeado sombrero, que parece de mimbre y seguro es de plástico; su cara llena de arrugas y sonrisas; su cabello gris y lacio como los rayos del sol; su siempre brillante collar plateado y el aroma dulce del licor de caña, su eterno compañero. Por su parte, el barrio que tenía casas de cartón, lámina y madera en su mayoría, ahora tiene casas de cemento, pues muchos vecinos han podido “echar losa” en su casa. Don Félix descubrió que lo observaba, lanzó una enorme carcajada, me abrazó y me pidió dinero para comprar caña, quizá por costumbre o tal vez porque había olvidado que le habían ido a comprar. Llegaron con las botellas, Don Félix agarró sus $8 de caña y se fue, los demás bebieron de la misma botella.
Recargado en un haya escuchaba la plática, hablaban de fútbol, tema que me permitió observar el perímetro. El sitio donde estaba sentado me privilegiaba como observador de tan hermosa colonia. Con solo voltear un poco veía la capilla que — por fin, después de años— ya no está en obra negra. Por suerte, el árbol me tapaba la tubería de PVC que alguien decidió colocar en la calle de la capilla y que tira aguas grises al camino de grava. Dicho camino se extiende hasta perderse en la marea verde llena de vida. Es una bella postal con acuyos gigantes y hayas enormes, entre muchas otras plantas que parecen competir a ver quién llega más alto. Cuando baja la neblina es aún más espectacular esa postal, sobre todo porque parece gustarle a las ranas, quienes agradecen la niebla cantando unas con otras. Frente a mí estaban los juegos, custodiados por unos inmensos bambús. En los juegos había un puñado de niños y detrás de ellos nuestro río. A un lado se encuentra el puente, en el que desfilaba la gente que paseaba en su fin de semana. En él vi al “Pequeño”, un viejo amigo, quien parecía esperar a alguien. Aproveché su presencia para escapar de esa plática, de la cual soy un total ignorante.
“El Choco vivía en otro plano de conciencia, algunos dicen que el cemento lo dejó loco”
Tenía que pasar por las cacalas para llegar con mi viejo amigo. Estaban a reventar, no había ni tapabocas ni sana distancia. Saludé al Pequeño, no sé si aún recuerde que se llama Xavier, nadie nunca le ha dicho así. Es una de las primeras personas que conocí. Su apodo obedece a su altura: ha de medir, cuando menos, 1.80… desde los 13 años. Ya no vive en la colonia, sino en “el Seis”, la de junto. Su hogar estaba en un asentamiento irregular en las faldas del monte, el cual se deslavó y se llevó todas las casas de cartón que ahí estaban, por eso se mudó a la otra colonia.
Recargados en el puente le pregunté: “Eh, carnal, ¿recuerdas cuando el río creció y se llevó la casa del Choco?”. Claro que se acordaba, entre risas platicamos de lo sucedido y recordamos a tan tremendo personaje. El Choco vivía en otro plano de conciencia, algunos dicen que el cemento lo dejó loco. Trabajaba en el basurero, lugar en el que varios de la colonia trabajaban. El basurero estaba cerca de la colonia, quizá a un kilómetro sobre la carretera, junto a los Go karts, donde la gente de dinero iba a divertirse, ambos cerraron sus puertas. Nunca vi al Choco cuando caminaba a su trabajo, pero seguido lo veía cuando regresaba: siempre cargando un costal, siempre caminando por la carretera, siempre con ropa oscura por la mugre, con los pelos desobedientes, negros, tratando de hacer dreadlocks y, algo que de niño me daba mucha curiosidad: múltiples y enormes collares que colgaban de su cuello que, sinceramente, se veían a toda madre; los hacía con objetos que encontraba en su trabajo. Al principio me daba miedo, pero mi amigo Gil una vez me llevó a su casa. Le llevaba ropa y comida, se los cambiaba por libros y revistas que encontraba en el basurero. Nunca comprendí por qué los necesitaba, pero ahora que lo pienso me parece que era más por la necesidad que pudiera tener el Choco. Después de la visita dejó de darme miedo y cuando lo veía le gritaba: “Ese Chocoooooo”, a lo que infaliblemente él respondía con un sobrante de carisma y cantadito: “Qiu-bu-leeeeeeeeeee…”. Su casa la había hecho él mismo con lo que el basurero le proporcionaba: lonas, plásticos, etcétera. La fabricó a un lado del camino de grava. Una temporada de lluvia el río creció tanto que tapó la cancha de fútbol, cubrió el camino y se llevó la casa del Choco. Él observaba el río que se acababa de comer su casa desde el mismo lugar donde lo estábamos recordando. Se fue de la colonia, pocas veces lo volví a ver. Un día me enteré que habían encontrado su cuerpo frío en la carretera que siempre caminó, con el costal que siempre lo acompañó, con sus negras ropas y los collares que él mismo fabricaba para adornar su oscuro y ahora frío cuerpo.
“El pedo es cuando llega la Federal, vienen en camioneta y ahí sí te trepan”
Un automóvil pasó haciendo un horrible ruido, intentó subir la calzada, pero no lo logró. Se ahogó y tuvimos que empujarlo de regreso, había muerto. Regresé a las canchas, ya habían empezado a jugar. Mientras unos jugaban, otros esperaban su turno para la reta o para entrar a hacer algún cambio. Algunos comían cacalas, otros fumaban marihuana, los más bebían cerveza; había quienes ni una ni otra, los más aventurados hacían todo y algunos solo veían el partido. Al observar el juego me di cuenta de lo rápido que pasa el tiempo: El Micro y el Chaco protegían la portería, mientras los demás jugaban. Ellos habían sido hábiles jugadores, eran conocidos por su destreza en el fútbol y en la pelea, ahora eran guardianes del arco al no alcanzar la habilidad de los más jóvenes. Mi amigo Lolo, quien también tenía fama de ser hábil para el trompo, ya casi no iba, pues le había dado “azúcar” y se cuidaba mucho. Las generaciones se van empujando unas a otras.
Todos reían, se burlaban, era un ambiente sano, aunque quizá alguien pudiera pensar lo contrario. A pesar de que ya entraba la policía, nadie escondía ni la marihuana ni la cerveza. Antes la policía no entraba, ahora entra la montada “pero no hay falla, simplemente nos dicen que nos movamos y ya, ni nos quitan la chela. El pedo es cuando llega la Federal, vienen en camioneta y ahí sí te trepan”, me comentó uno de los chavos. No lo conocía, le pregunté su nombre, pero mi memoria no me va a permitir decirles cuál es. También me dijeron su apodo, pero tampoco lo recuerdo. Los apodos aquí son manchados: Sarna, Totol, Tarzán, Mojarra, Moco, Maruja, Quesos. Por suerte nunca me pusieron apodo, que yo supiera, aunque a un perro sí le pusieron mi nombre, pobre perro… La noche comenzaba a caer, los moscos decidieron que se ocuparían de mí, por lo que decidí regresar a casa, pues si no me daba covid quizá me daría dengue. El día se iba, los chaquistes también, los zancudos llegaban y la gente seguía yendo y viniendo, las cacalas, a reventar.
De regreso me encontré a doña Cris, que vive frente a mi casa, y regresamos juntos. Me platicó que las señoras de las cacalas era una familia que decidió poner el puesto desde que falleció el padre de familia. Entre semana venden raspados y los fines de semana es cuando sacan lo demás. Doña Cris fue una de las primeras personas en llegar al barrio. Antes, me platicó, para acceder a la colonia no había puente, en su lugar habían puesto un par de troncos de haya y por ahí se cruzaba. Posteriormente llegó el gobierno para construir el puente, una parte la pagarían ellos y otra los pobladores. Iba a haber dos puentes: el peatonal y el de acceso para los autos. Esto fue, quizá, a principio de los 90, doña Cris ya no lo recuerda bien.
—Oiga, pero solo hay un puente con banquetita —le dije. Doña Cris me volteó a ver con sus grises y largas trenzas, con su rostro siempre sonriente cuya sonrisa la hace ver aún más arrugada. Soltó una carcajada, tan grande como su carisma, y entre risas me dijo: —¡Pues sí, yo sigo esperando mi puente!
*Estudiante de Periodismo, Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
Adriana Bancalari / Argentina. Acuarela «El gato que está»
Por Esther Baradón Capón*
Escuché el timbre y al abrir la puerta apareció la señora Lidia, empleada doméstica de muchos años de mis vecinos de al lado. Quería enseñarme la fotografía que llevó a imprimir y a enmarcar para colocarla en el altar de Angelita, su “patrona”, como ella le decía, quien falleció hace seis meses, en pleno semáforo rojo.
Se notaba muy conmovida y con ganas de compartir con alguien ese acto de agradecimiento y cariño a quien siempre la trató como a una miembro más de la familia. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando me estaba diciendo, ahí junto al altar, cuánto la echaba de menos.
La señora Lidia sigue trabajando en esa casa atendiendo al viudo y a Janice, una perrita a la que dejan sola por horas, y que cuando mucho le dejan comida y le dan una vueltecita a la manzana.
Con tristeza, Lidia se queja de que ninguna de las hijas viene a ponerle flores al altar, ni siquiera una veladora. Pero eso sí, el departamento está en litigio.
Cuando recién supe del fallecimiento de Angelita, me encontré con Lidia en el descanso del edificio y le comenté que me acababa de enterar, que lo sentía mucho y me dijo que había fallecido de un infarto.
Pero ahí, paradas junto al amoroso santuario donde yacen sus cenizas, junto a un florero con bellas rosas amarillas y una veladora encendida, salió a relucir la verdadera historia; había sido de covid.
La noticia no me sorprendió, porque Angelita nunca usó cubre bocas y en su vida cotidiana parecía que la pandemia no existía, mucho menos la sana distancia.
Lidia siguió relatando con nostalgia que un día llegó y que su patrona le dijo que se sentía un poco agripada, pero de todas maneras se fue a trabajar; sin barbijo, por supuesto. Quién sabe a cuánta gente habrá contagiado…
También me contó que una semana antes de la aparición de los síntomas, toda la familia le festejó a Angelita su cumpleaños número sesenta y cinco. Fue una reunión como de quince personas. Estoy segura de que nunca nadie imaginó que ese sería su último cumpleaños.
Tres días estuvo yendo a trabajar con síntomas de “gripe”, hasta que ya no pudo más y se metió a la cama. Vinieron a hacerle la prueba a ella y a su esposo. Los dos dieron positivo de covid. El esposo fue asintomático.
Angelita nunca quiso hospitalizarse porque pensaba que la gente que entraba a un hospital, ya no salía. Tuvieron que comprarle un respirador de segunda mano en cincuenta mil pesos, y un médico venía a su casa cada tercer día a ponerle suero a razón de ocho mil pesos cada vez.
A Lidia ya le había dado covid. Durante cuarenta días estuvo luchando entre la vida y la muerte, pero a diferencia de Angelita ella sí fue de inmediato al centro de salud. Finalmente venció al virus.
Por tal motivo, Lidia sí podía seguir yendo a trabajar y atenderla. Cada día que llegaba, Angelita la llamaba y la tomaba de la mano, le pedía que no la dejara sola. Poco a poco su vida se fue apagando.
Finalmente estamos en semáforo verde en la Ciudad de México, pero eso no implica que dejemos de cuidarnos, es nuestra obligación, para que nunca volvamos a vivir lo que vivimos en los peores momentos de la pandemia. Si Angelita hubiera usado cubre bocas todo el tiempo fuera de su casa, tal vez la tendríamos entre los vivos.
*Amante de las artes, la música, la fotografía y el teatro, y aficionada a la escritura.
En la alcaldía más grande la Ciudad de México, casi 300.000 adultos mayores empezaron a ser vacunados en abril como en el resto de la capital mexicana. Según uno de los vecinos, José Miguel Correa, que recibió la primera dosis de la vacuna rusa Sputnik-V, «la atención dentro del lugar fue muy buena”.
La espera en el centro de vacunación acondicionado en la Unidad Habitacional El Vergel
Texto y fotos Nayeli Correa*
Al igual que en el resto de la Ciudad de México, también en la alcaldía Iztapalapa, la más poblada, tuvieron lugar las jornadas de vacunación contra el Covid-19 para un total de 285.263 adultos mayores a partir del 2 de abril. La vacuna que les tocó fue la de origen ruso Sputnik-V. Las sedes de esta demarcación, ubicada en el oriente de la capital, lucieron saturadas como en la Unidad Habitacional El Vergel, mejor conocida como “Sedena”, a la acudieron los vecinos, entre ellos el señor José Miguel Correa. Como comerciante de zapatos, nos contó que la pandemia no le permitió acudir a su negocio que se encuentra al interior del mercado Los Ángeles, en la colonia del mismo nombre. No obstante, para don José no es una opción no trabajar, pues sino no tendría qué comer. Por eso cada vez que puede toma trabajos de albañilería, plomería, hojalatería y mecánica, oficios que ha ido aprendiendo con los años y que hoy le han permitidos sobrevivir en esta emergencia sanitaria.
Don José, de 61 años, acudió a la sede asignada el viernes 2 de abril. La mañana era nublada y fresca. Pese a su delgadez su figura se veía fuerte. De estatura promedio, la tez blanca, ojos café oscuro, el cabello corto, lacio y canoso, acudió a la sede 20 minutos antes de la hora asignada en su cita a través de Internet. Estaba acompañado de su hija menor y de su nieta más pequeña. Ahí se encontró con una fila kilométrica, pero confió en la asignación de folios. Preguntó a los voluntarios que ayudaban en la organización cómo estaba el asunto. Estos le indicaron que debía formarse para pasar y ser atendido, lo que causó un poco de incomodidad pues en la fila habían personas sin registro previo según supo.
Masiva afluencia desde la primera hora
En opinión de don José no se respetaron indicaciones, tanto de citas como de personas que llegaban por su vacuna en días que de acuerdo con el esquema que el gobierno proporcionó no les correspondía.
El tiempo transcurrió en la Unidad Habitacional Militar “Sedena”, hogar de militares en servicio. La sede del puesto de vacunación era un edificio bastante amplio y con mucha vigilancia en su interior, más que en los alrededores. La fila avanzó lentamente pero de manera constante. Algunos familiares llevaban sillas para sus adultos mayores, otros apresurados llevaban agua para mitigar el calor que comenzaba a sentirse, pues llegaba ya el mediodía. Otros tantos llevaban sombrilla y lentes de sol; los “abuelitos” cargaban cada quien sus documentos en mano, listos para ser vacunados. Iban de muy buen humor, sonrientes pero ansiosos por pasar, algunos un poco cansados por la espera.
La mayoría de los acompañantes fotografiaban los alrededores para dar cuenta del evento sin precedentes que se estaba llevando a cabo; otros esperaban en el camellón ubicado enfrente del lugar o a un costado de la salida tras las vallas instaladas que permitían el paso de los “abuelitos”. Pero muy pocos aguardaban en la carpa designada exclusivamente para los acompañantes, sin importar el sol y el calor que comenzaba a sentirse. Otros más buscaban sombra bajo los pocos árboles del camellón y los alrededores, mientras saboreaban un raspadito para refrescarse. El puente peatonal ubicado frente a la “Sedena” era perfecto para tener una mejor visión sobre lo que dentro del inmueble sucedía. Ahí también, pacientes acompañantes permanecían a la espera.
Bajo la sombra, procurando protegerse del calor que también se hizo presente ese día
En punto de las 12:21 del mediodía don José ingresó al lugar, tranquilo y sereno como es él. Sus acompañantes esperaron pacientes los 45 minutos que por ahí escucharon decir de algún voluntario que tardaban en salir los abuelitos. Mientras tanto, buscaron un lugar adecuado para tomar asiento. Puntualmente se acercaron a las vallas instaladas a la salida del lugar, por donde los adultos mayores ya vacunados pasaban muy contentos, algunos aplaudían, otros levantaban la mano haciendo alusión a un triunfo. El tránsito vehicular excesivo en la zona no cesaba, muchos curiosos circulaban lento para alcanzar a ver lo que ocurría en el lugar, o porque de rato en rato permitían el paso a los acompañantes que cruzaban la avenida para recoger a su familiar.
Y ahí permanecían, ansiosas, sobre todo la pequeña nieta de don José buscando entre todos esos rostros a su familiar, mirando el reloj una y otra vez. A la 1:05 pm lo reconoció de inmediato entre la multitud, ahí estaba, a lo lejos… Sí, era él, lo recibieron levantando la mano como diciendo “Hola” y caminaron para acercarse y poder preguntar.
—¿Cómo te fue? —le peguntó la hija menor.
—Todo estuvo bien, la atención es muy buena ahí dentro. Fue rápido, todo muy bien a diferencia de aquí afuera. Nos sentaron en grupos de diez personas y nos vacunaron rápido. Fueron muy amables, preguntaron a cada uno qué padecimiento tenían, pero… a mí no me preguntaron nada, no sé en qué se basan, o será que si te ven muy “cacaloteado” se acercan. Luego de vacunaros nos dieron un lunch, esperamos unos minutos y fue todo, nos sacaron, no duele —afirmó.
Él disimulaba muy bien su alegría, la satisfacción que ahora sentía pues ¡estaba vacunado! Y así como don José, la mayoría de los adultos mayores que iban saliendo se notaban contentos. Después de estar durante un año cuidándose del contagio, tener protección ante este virus letal era una realidad.
Al día siguiente los titulares fueron contundentes en contra de los habitantes de Iztapalapa por no respetar los protocolos para una vacunación organizada. Algún titular por ahí dictaba: “En Iztapalapa damos pena ajena”. En las páginas oficiales del gobierno le recordaron a la ciudadanía el esquema de vacunación. Las sedes lucían más vacías, tranquilas y ordenadas conforme los días seguían su curso. La meta se había cumplido: la alcaldía más grande había protegido a sus adultos mayores.
*Estudiante de Comunicación y Cultura en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
A la redacción de Diarios de Covid-19 nos llegaron los más recientes libros de la poeta, traductora y ensayista Pura López Colomé (Ciudad de México, 1952), el ensayo Cartas de Emily Dickinson: un campo minado (UNAM, octubre de 2020) y Pura López Colomé. Material de Lectura 218, de la serie Poesía moderna (UNAM, octubre de 2020), que recién ahora están circulando a raíz de la pandemia. En Cartas de Emily Dickinson: un campo minado, la escritora hace una selección de las cartas dirigidas por la poeta de Massachusetts entre 1858 y 1886, poco antes de su muerte, a cuatro destinatarios: un desconocido “Maestro”; a su amor, el juez Otis P. Lord; a su mentor, el renombrado escritor Thomas W. Higginson y a su amiga más cercana, la señora J. G. Holland.
Las cartas no solamente exponen la personalidad de Emily Dickinson, autora de unos 1,800 poemas que nunca fueron publicados en vida, a lo sumo uno o dos bajo riguroso seudónimo, sino el porqué de la admiración de Pura López Colomé hacia ella, quien “me habla, me conmueve hasta en su momento de mayor hermetismo, recibe mi locura y la recicla, responde a mi oscuridad con claridad”.
Pura López Colomé, traductora del Premio Novel de Literatura, el irlandés Seamus Heaney, entre muchos otros poetas anglosajones de renombre y quien se inició en la traducción literaria a los trece años en un internado católico en Dakota del Sur, precisamente con poemas de Dickinson, añade que “llevo años leyendo su obra. He pasado por periodos de distanciamiento autoimpuesto por salud mental. Y he aquí que irremediablemente termino volviendo e instalándome a mis anchas en sus espacios. Ahora, en este momento de mi vida, sé que soy ya su huésped permanente. Su voz me persigue hasta en sueños, se instala en mi memoria; me obsesiona a ratos, me consuela a ratos, me aterra a ratos, me acompaña siempre”.
En este ensayo, Pura López Colomé, que cursó el doctorado en Lengua y Literatura Hispánica e Hispanoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, aporta las claves de la escritura de Dickinson, quien desde muy joven escogió el encierro en casa y “aprendió a mirar hacia dentro; en silencio distinguió su destino, el alcance significativo que de su palabra –y sólo de ella– podía surgir. De otro modo no se explica semejante ruptura de formas poéticas tradicionales, el originalísimo empleo de la sintaxis a contracorriente, la introducción a fondo del make it new que su coterráneo Ezra Pound cantaría a los cuatro vientos mucho después. Nadie como ella echó mano del guión en calidad de herramienta transgresora de la puntuación, colocándolo al principio, en medio, al final de sus poemas, a su gusto, para acomodarse a fines expresivos nada caprichosos, haciéndolo brillar como un arma de mil filos que todo lo deja en suspenso. Y qué decir de sus mayúsculas a diestra y siniestra, sus omisiones, sus diversas maneras que quebrar, lucir los distintos giros propios de su lengua rindiéndole homenaje, merodeando la transformación con objeto de abrir, ensanchar el cauce de un río subterráneo antes oculto, un lenguaje de otro orden, temerario y tierno, sublime y aterrador. Modificó la palabra poética para retorcer y extraer de insospechadas maneras la linfa, el líquido coagulable, casi incoloro, puente de elementos nutritivos entre la sangre y los tejidos, entre la emoción y el intelecto, entre la carne y el espíritu”.
En tanto, en su nuevo poemario, con Nota introductoria del poeta Javier Sicilia, Pura López Colomé, Premio Nacional Alfonso Reyes de Ensayo 1977 por Diálogo socráticoen Alfonso Reyes, Premio Nacional de Traducción de Poesía 1992 por Isla de las estaciones de Seamus Heaney y Premio Bellas Artes de Trayectoria Literaria Inés Arredondo 2019, entre otras distinciones y reconocimientos, nos lleva de la mano en su búsqueda poética, incesante como la vida misma, nutrida como el grano y las cosechas, “por el polvo de esqueletos”.
Autora de los ensayos Imperfecta semejanza. Meditaciones y diálogos sobre la traducción poética. I y II (UNAM, 2015 y 2018), dos libros imprescindibles para quienes se dedican al oficio de la traducción, Pura López Colomé hace combinar en su poesía el rigor de la inteligencia y una sólida formación profesional, con la sensibilidad de una escritora cuyo vínculo con el mundo cotidiano –y el de los sueños– se explica y expresa únicamente a través de las palabras. No hay otra forma de entender y de vivir a Pura López Colomé sino es a través de ellas, sin máscaras ni dobleces «como los gritos de la infancia».
A continuación, uno de los versos que componen su nuevo poemario:
Letanía en el huerto
7. Mango
Un equívoco en pie. Rebosante de salud, extremidades de guerrero, ni con la sierra se derriban. Flores sí, frutos no, nunca; ausencia paladeable, ausencia para mí. Entre las ramas, el culebreo de un fulgor imposible de atrapar. Una cola grisácea circula entre los nudos, se desliza, se va. Por miedo al dolor, a la laceración, a la mutilación de quienes he amado, no les permití trepar a él. ¿Quién era yo para imponer un NO? Mi horror ha sido, mi miseria ha sido ir viajando no de isla en isla, de bosque en bosque, de continente en continente, de flor en flor: de miedo en miedo, de pánico en pánico, pavor en pavor, terror en terror, y vuelta al horror, cautiva en él, en su aro de fuego. Demasiado tarde para extraer de su pulpa la cura maestra, el uno de la Magdalena. Es decir:
Un equívoco planetario. Una verdad de gigante arbóreo, al que me gustaría preguntarle cómo pasó la noche, con qué cara me observa y se atreve a ignorarme en la penumbra.
*Periodista, poeta y traductora, editora de Diarios de Covid-19. FB: Irene Selser / iselser@yahoo.com, diariosdecovid@gmail.com
Con más de 30 años de experiencia, el director de teatro y pedagogo habla en entrevista de los retos de la enseñanza virtual y la respuesta de la comunidad teatral a la emergencia, «que ha cerrado algunos caminos pero se han abierto otros de manera irreversible». A nivel artístico, asegura, «ha sido interesante cómo un límite detona nuevas dimensiones. La corporalidad, el convivio, la especialidad han cobrado en esta experiencia nuevos significados y valoraciones. Creo que eso ha sido uno de los saldos positivos de esta pandemia».
«La historia nos lo dice, no está en peligro el teatro ni la presencial». Foto: Cortesía Morris Savariego.
Por Roberto Peralta*
Cuando se declaró el estado de alarma por la pandemia, ¿en qué proyecto te encontrabas?
De alguna manera estaba haciendo lo mismo que hago ahora: dando clases, escribiendo artículos de teatro y planeando mi siguiente obra. Ahora doy clases por Zoomy escribo sobre la situación del teatro en la pandemia, para un portal que se llama Diarios de Covid-19. En lo que si me afectó, como docente, es que ahora el tiempo de preparación de una clase para Zoomse duplica con respecto de las clases presenciales. Como a casi todos los de mi generación, que tecnológicamente somos una generación analfabeta, me obligó a aprender a marchas forzadas la programación y recursos de una reunión por Zoom, las distintas plataformas que puedes utilizar, etcétera. Y de quienes realmente aprendí fue de mis propios alumnos, que me fueron asesorando para poderle dar continuidad a toda esta experiencia. Todo ha resultado muy paradójico: con la pandemia se han cerrado caminos para el teatro, pero se han abierto otros y creo que se dará una síntesis irreversible. Habrá hallazgos y recursos que el lenguaje del teatro asimilará y otros serán desechados.
De lo que estoy seguro, es que la comunidad teatral mexicana ha respondido con gran creatividad y vitalidad a los retos de esta pandemia. Han surgido, en el seno de la comunidad, múltiples e insólitas propuestas de vídeo-teatro o teatro en línea, con plena conciencia de que se trata de una situación de emergencia, en espera del retorno de la presencialidad. Pero a la vez disfrutando con las nuevas opciones que da la tecnología, como poder hacer una obra con un elenco internacional, generar nuevos públicos o producir un espectáculo con muy pocos recursos. También hay quienes decidieron no hacer nada hasta el pleno retorno de la presencialidad, que desde luego es una postura muy respetable.
¿Ha cambiado la manera de hacer teatro, las puestas en escena, la actoralidad?
El actor ha tenido que aprender un lenguaje actoral mezcla de cine y teatro, un híbrido extraño, algo así como un Minotauro. Los lenguajes del cine y del teatro son bastante diferentes en su naturaleza e incluso en ocasiones contradictorios y el experimento en que nos hemos embarcado es en conciliar estos lenguajes para seguir presentando obras y exámenes escolares. En este afán, hemos dado con hallazgos muy interesantes y cosas que no han funcionado.
Haríamos muy mal en no capitalizar todo lo que esta experiencia ha detonado y en no incorporar los hallazgos a nuestro lenguaje teatral. Por otra parte, la incorporación de recursos del cine y del video tampoco es algo novedoso. Piscator, por ejemplo, incorporó proyecciones cinematográficas a sus puestas en escena. En México pudimos vía Streaming ver el deslumbrante trabajo que hizo La Fura del Baus con la obra “La maldición de la Corona”, una adaptación libérrima del Macbeth a la situación pandémica, haciendo gala de virtuosismo en la edición. El lenguaje del performance ha sido ya también incorporado al teatro por distintos creadores y poéticas, entre otras la de la propia Fura del Baus.
¿Es probable que se produzca un nuevo género una vez terminada la pandemia?
No me atrevería a pronosticar algo así, quizás haya sido solo un género de emergencia, pero de lo que sí estoy seguro es que se incorporarán los hallazgos aprendidos a marchas forzadas durante esta situación.
¿Y la comunidad teatral?
Ha resultado fortalecida, se ha producido una unión, un cerrar filas para defender al teatro. En México, acabamos de fundar la Asociación Nacional de Dirección Escénica (ANDE) y estamos organizando un evento para julio que se llamará Coloquio de la emergencia: Teatro y Cultura Digital con mesas redondas, ponencias y clases magistrales para generar nuestros propios mecanismos de resistencia para enfrentar estos tiempos difíciles. Por otra parte, empiezan a abrirse los teatros con un aforo muy reducido y ya están los pioneros arriesgándose tanto física como económicamente para volver a los teatros. Estoy seguro, la historia nos lo dice, los teatros no cerrarán nunca. No está en peligro ni el teatro ni la presencialidad.
A nivel artístico ha sido interesante cómo un límite detona nuevas dimensiones. La corporalidad, el convivio, la especialidad han cobrado en esta experiencia nuevos significados y valoraciones. Creo que eso ha sido uno de los saldos positivos de esta pandemia.
*Esta entrevista fue publicada por la revista La Cronosfera (https://lacronosfera.com/morris-savariego/), Barcelona, 23-05-21 y reproducida aquí con autorización del actor.
La llamada “luz al final del túnel”, la vacunación contra el Covid-19, avanza de manera acelerada -y aún, muy injusta- en el mundo: más de mil 650 millones de dosis han sido aplicadas en alrededor de 200 países, indicó el rastreador británico Our World in Data.
De acuerdo con los tableros disponibles en https://ourworldindata.org/covid-vaccinations, desde que inició el contador de la distribución de dosis, el 19 de diciembre de 2020 y hasta el corte del 21 de mayo de 2021, se han distribuido alrededor de 10 millones 784 mil dosis por día.
Los países que encabezan la lista de vacunas distribuidas son Estados Unidos (129 millones), India (41.62 millones), Reino Unido (22 millones), Brasil (18.49 millones); Turquía (11.9 millones), México (11.72 millones), Alemania (11.34 millones); Rusia (11.9 millones), Italia (10 millones) y Francia (9.81 millones).
En el porcentaje de población vacunada por país, Israel encabeza la lista con 62%, seguido por Mongolia (55.8%), Reino Unido (55.6%), Hungría (51.8%), Bahrein (51.5%), Canadá (50.6%), Chile (50.1%), Estados Unidos (48.6%), Alemania (39.7%) e Italia (34.5%).
Según el documento, la vacuna que más se ha distribuido (de acuerdo con la información proporcionada por los gobiernos nacionales), es la de Pfizer/Biontech, con 153.08 millones de dosis, seguida por Moderna, con más de 120 millones y Johnsons&Jonhnson, con 10.16 millones.
Hasta el momento, 257 vacunas contra la Covid-19 están en desarrollo, 78 están en la fase de ensayos clínicos y 14 están en uso, según el https://www.covid-19vaccinetracker.org, desarrollado por el Milken Instituto (buró de investigación y análisis estadunidense).
Pese a los avances, persiste la inequidad en la distribución de las dosis, pues nueve de cada 10 vacunas aplicadas en el mundo han sido acaparadas por los países del Grupo de los 20 (G-20), destacó el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante su discurso ante el encuentro de Sanidad del bloque, realizado en Roma.
“El G-20 tiene los medios necesarios para vacunar al mundo, y el mundo no puede esperar más”, resaltó el diplomático.
En el mismo encuentro, el Fondo Monetario Internacional (FMI) exhortó al grupo a gastar 50 mil millones de dólares para garantizar las vacunas al 40% de la población mundial a finales de este 2021, una meta de salud necesaria para la reactivación económica global.
Hasta el momento, en el mundo suman 166 millones 748 mil 542 casos de Covid-19, con 3 millones 455 mil 53 fallecimientos.
En medio de este panorama, desde el 24 de mayo hasta el 1 de junio se realizará la Asamblea Mundial de la Salud, que se centrará en el fin de la actual pandemia y en la preparación ante la siguiente pandemia.
“La pandemia ha golpeado duramente a todos los países, pero su impacto se ha dejado sentir más en aquellas comunidades que ya eran vulnerables, que están más expuestas a la enfermedad, que tienen menos probabilidades de tener acceso a servicios de atención de salud de calidad y que tienen más probabilidades de sufrir consecuencias adversas (como la pérdida de ingresos), como resultado de las medidas aplicadas para contener la pandemia”, indicó la OMS.
(Texto originalmente publicado en el portal proyectopuente.com.mx. Agradecemos al equipo por haber facilitado la publicación de la nota en Diarios de Covid-19).
En India no hay mucha esperanza. El Covid-19 parece imparable. La gente tiene miedo. Temen que sus seres queridos mueran porque no hay lo más básico para que los traten, como el oxígeno”, cuenta a BBC Mundo la mexicana Nayelly Rodríguez Cortés.
Rodríguez, de 29 años, se convirtió al islam hace 11 años en su natal Guadalajara. Después conoció a su esposo Feroz Khan, con quien tiene tres hijos, de 8, 6 y 3 años.
A principios de mayo, después de presentar síntomas de Covid-19, entre ellos tos, dolor de cuerpo y fiebre, su prueba dio positivo. Un par de días después ocurrió lo mismo con su esposo y sus hijos.
“No sé cómo me contagié, teníamos ya varios días encerrados, salía solo por comida para mis hijos, siempre con tapabocas y guardando distancia”, dice Nana, como le apodan.
Escasez de camas
Asegura que no tiene tanto miedo por ella y su familia, pero acepta que cuando camina para hacer algo en su casa le falta el aliento. “Esa es la gran incertidumbre que tenemos en nuestra casa y todos los enfermos en India. ¿Qué hacemos si empeoran nuestros síntomas? ¿Vamos a poder conseguir lo más básico, como oxígeno o una cama en el hospital?”.
India ha registrado nuevos récords mundiales de nuevas infecciones, alcanzando casi 400.000 en un día y enfrenta una severa escasez de camas de hospital, así como tanques de oxígeno medicinal.
“Es muy difícil conseguir un tanque. Y algunos están lucrando: los están vendiendo hasta en 1.000 dólares, una cifra que es inaccesible para la mayoría, sobre todo después de que las personas se han quedado sin empleo y sin forma de tener dinero”.
Familias enteras
Cuenta que en el conjunto de edificios donde vive, y por lo que oye en las noticias, lo que pasó con su familia es lo que está pasando en el país: se enferman familias enteras.
“Hay muchísimos contagiados, los casos aumentan exponencialmente. Cada día nos enteramos de más y más personas. Esto no parece una ola, parece un tsunami”.
Nana dice que cada vez se sabe también de más muertos por covid, entre ellos los papás de un vecino. «Y un caso que me impactó mucho, es que en los edificios donde vivo, hace dos semanas, un niño de apenas 8 años se desmayó en el parque y murió antes de llegar al hospital. Ahí les dijeron a sus padres que fue por el virus”.
Con más de 19 millones de casos registrados, India es el segundo país con más infecciones, solo después de Estados Unidos. Hasta el momento ha reportado casi 212.000 muertes, pero se cree que esta cifra va a aumentar mucho en los próximos días debido a este nuevo fuerte embate del virus y por sospechas de los medios que no todas las muertes han sido reportadas.
Exceso de muertes
Nana dice que en febrero se oían pocos casos, que la gente empezó a relajarse y hacer una vida más normal, incluso a asistir a festivales religiosos masivos, y que en parte eso ayudó a la propagación del virus. En el país circula una variante del Covid-19 de la que todavía no se conoce mucho.
Por todo el mundo circulan fotografías y videos en los que se ven crematorios con muchas piras que no dejan de arder y filas de cuerpos que esperan por hasta 20 horas a ser incinerados. El diario The Hindu causó conmoción con una noticia de que el cuerpo de un hombre esperando turno fue parcialmente comido por un perro callejero. También se han acondicionado lugares como parques y estacionamientos para hacer las cremaciones.
En Delhi, un crematorio que había sido creado para incinerar mascotas, pero que todavía no había entrado en operación, se está usando para personas. “Los musulmanes cuando morimos no podemos ser cremados, sino enterrados. Pero los panteones también están ya llenos”, cuenta.
Dice que ha visto un gran aumento de contagios comparados con la primera ola de coronavirus en 2021. En ese tiempo ella documentó en su canal de Youtube cómo salió a ayudar al éxodo de migrantes trabajadores que volvían a sus pueblos y aldeas. Les daban agua y alimento para que pudieran continuar caminando, ya que se cancelaron los trenes y los autobuses.
“Muchísimas personas viven al día y han perdido sus trabajos. Están en una situación desesperada. Así que los migrantes de otros estados otra vez dejaron la ciudad y se fueron a sus lugares de origen, para no morir de hambre. Aunque también allá pueden morir porque hay menos infraestructura médica”.
Restricciones
Por ahora Delhi y otras ciudades están en confinamiento. Los únicos negocios abiertos son de comida o de medicamentos. Ella vive en el piso 26 de un edificio y su única conexión con el exterior es su ventana. “Desde allí veo la carretera y las calles. Están desiertas. No hay gente. Pasan muy pocos automóviles”, cuenta.
Su familia en México está preocupada por ella y por la situación en India. “Tienen miedo de que nos lleguemos a poner graves. Quisieran venir a ayudarnos, pero no se puede, estamos a más de un día en avión de distancia y ahorita es casi imposible viajar”.
Estados Unidos anunció que restringirá los viajes a India a partir de la próxima semana. Australia ha prohibido todos los vuelos a India y que sus ciudadanos regresen desde ese país, anunciando que serían castigados con multas y hasta cinco años de cárcel.
En India se tenía esperanza en las vacunas, por ser el primer productor a nivel mundial. Sin embargo, varios estados -algunos de los más afectados por la virus- han reportado falta de vacunas. Hasta el momento solo se han aplicado 150 millones de dosis en una población de 1.300 millones. India ha detenido las exportaciones de AstraZeneca para vacunar a sus ciudadanos.
“Por ahora nuestra esperanza es que llegue ayuda de otros países. La gente está muriendo no solo del virus, sino por falta de lo esencial para tratarlo. No sabemos cómo puede parar esto”, lamenta.
Por Alberto Millares / fotógrafo / Ciudad de México
Twitter @ParadigmaProo
La pandemia ha alterado nuestra cotidianidad y debemos adecuarnos de forma rápida para evitar más contagios, más enfermedad y más muerte. Entre los cambios necesarios están la sana distancia entre las personas, lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón, evitar los lugares concurridos y mal ventilados, usar cubre bocas en todo momento y desinfectar los lugares e instrumentos de trabajo y de uso común.
Como el agua es un elemento esencial para desinfectar tanto el cuerpo humano como para la elaboración de mezclas con desinfectantes, la limpieza exhaustiva de cisternas y depósitos de agua es fundamental para que el líquido se mantenga libre de patógenos y sirva para este propósito tan importante.
En la Unidad Habitacional “Juan de Dios Batiz”, en la alcaldía Gustavo A. Madero, en el norte de la Ciudad de México, hay 90 departamentos. La limpieza de la cisterna es clave para prevenir contagios, ya que surte del líquido a una comunidad de dos mil personas.
El lavado comienza con el tallado manual de las paredes, mientras que el piso y el techo de la cisterna se enjuaga con agua en forma abundante para luego sacarla y secar el depósito. El siguiente paso es aplicar un sanitizador que se deja secar al menos seis horas antes de volver a llenar de agua limpia el recinto. Este procedimiento se recomienda dos veces al año.
Es una labor que casi no se ve, pero que más de veinte trabajadoras y trabajadores realizan para mantener en estado higiénico la fuente de agua para una comunidad; es otro de los escenarios que se han vuelto clave en esta pandemia.
Por Aracely Martínez / Reportera gráfica / Ciudad de México FB @CelyaraNezmartiTizor IG @celyarafoto TW @aracelmargmail1
Durante un atardecer en la Explanada de la República en la Ciudad de México, una pareja se abraza y besa durante la caída del sol teniendo como testigo el Monumento a la Revolución.
En ese lugar donde valientes y apasionados personajes que impulsaron a México a superar diversas crisis políticas, sociales y militares, ahora ellos disfrutan de su amor frente al virus del Covid-19 que impone una nueva normalidad y limita a las personas a distanciarse de sus seres queridos.
En medio de todos los desafíos abiertos por la pandemia, prevalece el dicho: «El amor todo lo puede».