Santiago Montobbio*

Santiago Montobbio – Foto: Cortesía del autor

Juan Larrea

No leo, aunque está en este cuaderno que compuse, el fragmento

de ensayo de Luis Cernuda en que hace pienso que acertadas apreciaciones

sobre Larrea, y da razón y testimonio de cómo cree que la lectura

de los poemas que publicaba en revistas fue lo que dio a los otros poetas del 27

la pista de que se podía hacer arte con un rumbo nuevo. Otro rumbo.

Él lo tenía y él lo trajo. Cernuda destaca su valor y hasta menciona

poemas suyos que él encuentra especialmente buenos, y recuerdo

que fui a comprobar cuáles eran y pensé que el juicio de Cernuda

era -como ya podía suponer- muy seguro. Da un testimonio importante

y rompe una lanza en favor del valor de la figura de Larrea, del de su poesía

y la función que para los poetas de entonces cumplió. Debió cumplirla

también para él, ayudarle a encontrar ese otro rumbo en su propia poesía

que desde Toulouse y Un río, un amor empezó a dar algunos de los frutos

espiritualmente más delicados, más intensos y más altos del surrealismo español,

atípico y singular como tal surrealismo, por otra parte, como otras veces

he dicho, indicando también que en ello estriba precisamente su gran valor.

Pero no leo este ensayo de Cernuda. Voy en directa a los poemas

de Larrea. Y el primero, que es como un relámpago y que nos adentra

en tantas cosas, pues es tierra honda en la que él se hunde

hasta el fondo y cual raíz, lleva como título su nombre, “Juan Larrea”,

y dice así: “Sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor poema/

es esto y esto y esto/

y esto que llega a mí en calidad de inocencia hoy/

que existe porque yo existo y porque el mundo existe/

y porque los tres podemos dejar correctamente de existir”.

De la inocencia al resplandor, de la calidad de inocencia en el poeta

 al resplandor que es el poema. Y la anulación y el abandono,

el anegarse en lo más profundo del ser. Sentimos la altísima

intensidad espiritual de este poema primero y sabemos ya

que la poesía de este poeta tiene poco que ver con la hojarasca

común que muchas veces tienen las vanguardias. Me llamó la atención

cuando lo leí hace muchos años por vez primera un epígrafe de Valéry

que ponía Luis Rosales en uno de sus poemas. Decía algo así como que lo único

que no cambia son las vanguardias. Estaba este pensamiento solo,

sin más. Creo -pero no conozco su contexto- que puede entenderse

de un modo negativo. Que puede dar esta impresión. Que da a entender

-o podría ser- que la vanguardia es siempre igual en tanto que es

un lenguaje de época, una retórica común a quienes la practican

y detrás de la que no hay nada. O, al menos, podemos pensar

en esto a partir de esta afirmación. La poesía de Juan Larrea

se aparta de esto. Es una voz personal y única, que se distingue y llama la atención

precisamente por su intensidad espiritual, que se ve ya en este primer poema

de su propia selección. “Corriente espiritual de la juventud de una época”

llamó Luis Cernuda en Historial de un libro al surrealismo,

pero no para todos fue esto. Para muchos fue hojarasca.

El surrealismo y todas las vanguardias, únicamente el lenguaje

y la retórica de su tiempo. Hay algo distinto, puro y extraño, como intocado

en la voz de Larrea, y que permanece intacto y apreciable

aun empleando ese lenguaje común de su tiempo, y que es

lo que hace que lo sobrepase. Por esto esta voz aún nos llega

y nos llega distinta. Leo en el poema 3 el verso que tomó

como epígrafe a un poema Guillén y yo refería a Europa

en la Maison de l’Europe de París en marzo de 1999:

Un café nunca está lejos. Leo en el poema titulado

“En la niebla” una mención a Europa

-hasta los almendros obligados a presagiar el porvenir de nuestra Europa-

y el verso espléndido que lo cierra y que me gusta muchísimo:

“El hombre es la más bella conquista del aire”. Es el poema 17.

Y transcribo el breve e intenso poema 19, titulado “No ser más”:

“No ser más que una brizna de tierra pero mezclada a la caza

de los gamos

una articulación

de soplo y de polvo

tener un chaleco sin siquiera una sombra de hiedra

y un poco de atardecer entre los latidos del corazón”.

Hasta aquí el poema de Larrea. Pero siento que es un poema

que se continúa diciendo. “Me llamo Erik Satie, como todo el mundo”,

dejó escrito Erik Satie. “Juan Larrea” es el título que da este poeta

al fulgurante y misterioso poema que empieza esta selección

de su poesía que leo, y también con su nombre doy título

 a este poema que ahora para acompañarle escribo.

Escribimos para todos y para nadie, como Nietzsche

dijo que escribía Ecce homo, su autobiografía, y a veces

he recordado. Somos Juan Larrea cuando leemos sus poemas,

o lo somos en algo, pues nos llevan también adentro nuestro,

y aún más que eso quiero poner su nombre como título de este poema

porque siento que su poesía nos dice que en nuestra poesía

hemos de buscar lo único y distinto nuestro, lo solo mío,

y que si en la poesía que escribimos esto no buscamos y no damos

no es poesía o no nos sirve -ni a nosotros ni a los otros-,

porque en la poesía hemos de encontrar la inocencia

que es sólo nuestra y llevarla al resplandor

también nuestro únicamente, tuyo solamente, tuyo, mío,

y que también por esto puede ser de todos. Por estas razones

el título de este poema es “Juan Larrea”, nombre con el que me llamo,

con el que nos llamamos, como todo el mundo. Porque es

en poesía nuestra búsqueda.

*Poeta, abogado, filólogo y académico (Barcelona, 1966), es autor entre otros libros de Hospital de inocentes, Ética confirmada, Tierras, Los versos del fantasmaEl anarquista de las bengalas, Els colors del blanc, La poesía es un fondo de agua marinaLa antigua luz de la poesía, Poesía en Roma y Nicaragua por dentro.

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