Con apenas unos días de diferencia, cuatro grandes poetas -Enrique González Rojo Arthur, Javier Molina, Luis Borja y Adam Zagajewski- dejaron este mundo por diversas causas, pero todas finalmente envueltas en la ola de dolor y de alerta causada por la pandemia.
Vitales como eran, en Diarios de Covid-19 queremos rendirles homenaje y recordarlos a través de sus poemas, sus cantos hecho palabra, sus coros desde el corazón.
Compartimos, entonces, algunos de sus textos a modo de una despedida temporal, pues como bien decía el poeta salvadoreño Roque Dalton, «los poetas no se mueren nunca».
Javier Molina (1942-2021)
Periodista y poeta chiapaneco, considerado una de las plumas más lúcidas de San Cristóbal de las Casas.
Llegaré al fondo más oscuro del bosque donde los niños juegan ocultos de todo. Llegaré a un lugar donde el sueño es difícil y las casas se han incendiado. Preguntaré por la luz de una gota de lluvia en la hierba. Escucharé lo que dices para regresar a mi casa. Enciende la fogata de uvas en la aurora rescata la mirada de las cosas del agua, del camino. Olvida la tormenta, los desvelos y el olvido. El cazador descansa encuentra en el sueño su destino. Están las antiguas palabras: No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron. En un cuarto oscuro se revela la luz del amanecer. ++++++++++++ Adam Zagajewski (1945-2021) Poeta polaco conocido como "el hijo de la guerra". Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017. La poesía es búsqueda del resplandor La poesía es búsqueda de resplandor. La poesía es un camino real que nos lleva hasta lo más lejos. Buscamos resplandor en la hora gris, al mediodía o en las chimeneas del alba, incluso en el autobús, en noviembre, cuando al lado dormita un viejo cura. El camarero en el restaurante chino estalla en llanto y nadie imagina por qué. Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda que se parece a un instante a la orilla del mar, cuando en el horizonte aparece un barco rapaz y se detiene, paralizado largo tiempo. Pero también, momentos de profunda alegría e incontables momentos de angustia. Déjame ver, por favor. Déjame persistir, por favor. Al atardecer cae una fría lluvia. En las calles y avenidas de mi ciudad en silencio y con fervor trabaja la oscuridad. La poesía es búsqueda de resplandor. ++++++++++++++++++++++++++++ Luis Borja (1986-2021) Poeta y académico salvadoreño, Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2020. Epitafio La tierra acostumbrada al sabor de tu sangre pare versos florecidos de hastío Debo decirte que el grito de los sapos ha demacrado los días y aquí yace la agonía húmeda que te cantaban los pájaros yace el extraviado laberinto de tu nombre la sílaba enferma de un poema el pánico escrito en la punta de tus dedos los endurecidos besos de la ceniza ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Enrique González Rojo Arthur Poeta, ensayista y filósofo mexicano, además de maestro, militante y guía. Premio Xavier Villaurrutia. Programa de vida Nacer profundamente irritado. Gritar de tal manera que todos se vuelvan hacia el grito buscándole su pedestal de lobo. Hacer que por los labios entreabiertos se fugue del pulmón en llamas la vocal militante. Ensayar muy pronto los primeros pasos para aprender a pisotear los insectos que lanzan pequeñas tarascadas a los talones. Concebir en la cuna nuestro primer proyecto subversivo. No dormir en la almohada (donde anidan los más tibios ademanes maternos) sino acurrucamos en nuestro propio puño. Apachurrar las lágrimas entre el dedo pulgar y el índice. Hallarse preparada en todo momento para desenfundar nuestra mejor injuria, cortar cartucho y pasear los ojos por un jardín de pulsos extraviados. Buscarle la espinilla a los dioses. Poner, desde pequeños, a nuestro oído en guardia contra todo canto de sirena y variaciones. Desoír la varita de virtud, sus tristes erecciones. Rechazar el noviazgo que nos pone las primeras esposas en las manos. Luchar a sangre y sexo. Escribir un epigrama que genere cuarteaduras en los muros del partido gobernante. Pero no confiar demasiado en las virtudes catastróficas de la lira, en la toma del poder por los endecasílabos. Buscar pacientemente en cada cuerpo el punto en que se esconde la ternura. Darle piel abierta a la caricia. Organizar una manifestación que corra, tumultuosa, a escuchar en el zócalo un recital de poesía. Contemplarse las manos, a la hora de morir, y pensar en las obras firmadas por sus huellas digitales. No tener temor a la muerte. Enseñar a los cojones a deletrear el infinito. Morir tranquilo, en fin, tranquilo. En paz, serenamente, si se está convencido de haber colaborado con un grano de pólvora al bendito desorden que se acerca.
¡Una belleza de artículo!
Gracias queridísima Helga!