Historias de la pandemia

“Por favor, mamita”
Por Esther Baradón Capón*
El primer caso de contagio de Covid-19 del que tuve conocimiento, muy al principio de la pandemia, fue el de la familia de Lucy, mi compañera de trabajo. Lucy y una de sus hijas vive en casa de la madre y su hermano Miguel vive cerca de ellas, con su esposa y su bebé recién nacida.
A pesar de confinamiento en que nos encontrábamos por esos días en la Ciudad de México, Miguel se vio en la necesidad de salir a trabajar dos veces por semana y terminando sus labores aprovechaba para visitar a su madre ya que le quedaba de paso.
Un día Miguel empezó a sentirse mal y fue a su clínica. Por los síntomas que presentaba, el médico familiar le ordenó que él, su esposa y todos sus contactos, la madre, Lucy y su hija se hicieran un examen para detectar la posible presencia del virus. A los pocos días la madre empezó a tener problemas para respirar, por lo que Lucy marcó a Locatel, informó de la falta de oxígeno de su madre y le indicaron que por su ubicación la llevaran de inmediato a Campo Marte, propiedad del Ejército, en donde se acondicionó un centro de atención para esta enfermedad.
En el Campo Marte le tomaron los signos vitales y vieron que su oxigenación estaba en 60. Le proporcionaron una caja de oxígeno y la mandaron directo al hospital Los Venados del IMSS en donde de inmediato la internaron y le cambiaron de método de oxigenación logrando que llegara a 91.
En los hospitales Covid no permiten que los familiares ingresen y menos que se queden a cuidar a sus enfermos. Les pidieron el contacto de algún familiar para mantenerlos informados del estado de la paciente, por lo que Lucy dio su número celular.
Al dejar a su madre hospitalizada, Lucy sintió un dolor indescriptible, sumado a la incertidumbre y la angustia de no saber si la volvería a ver.
Muy temprano a la mañana siguiente le llamaron del hospital para informarle que era necesario intubarla, pero que su mamá se negaba rotundamente a que se le aplicara dicho procedimiento.
Lucy se vistió a toda prisa y se dirigió al hospital, donde por supuesto le negaron la entrada. Afuera decenas de parientes esperaban tener noticias de sus seres queridos. Lucy optó por irse a sentar en una banca del parque de Los Venados ubicado a un lado del nosocomio.
Como ella siempre carga con una libreta a manera de diario y una pluma, se dispuso a escribirle una carta a su madre: “Mamita adorada. Me informan que has tomado la decisión de no permitir que te intuben. Eres dueña de tu libre albedrío y lo respeto, pero te ruego que por nosotros, tus hijos y tus nietos que te adoramos, hagas un esfuerzo y te des la oportunidad de salvar tu vida. Estoy aquí afuera, en una banca del parque, rogando y rezando para que cambies de opinión. Te amo. Lucy”.
Arrancó la hoja del cuaderno y se dirigió a la recepción del hospital.
Después de explicarle a la persona que le atendió en la entrada y de darle el nombre de su madre, le pidió que por favor le hicieran llegar la carta.
Regresó a la banca del parque a seguir esperando las noticias con la esperanza de que, después de que la leyera, su madre cambiara de opinión. A la media hora le marcaron para darle la noticia de su deceso. Nunca supo si se la entregaron.
Les pidieron que alguien fuera a reconocer el cuerpo para entregárselo a los familiares, pero ninguno de los hijos se sentía con fuerzas para hacerlo. Todo había pasado tan rápido que todavía no podían asimilarlo. Le preguntaron a Ana, la esposa de Miguel, si estaba dispuesta hacerlo. Aceptó sin dudar.
Por cierto, Ana también había dado positivo por lo que el pediatra le indicó que dejara de amamantar a la bebé hasta que terminara su cuarentena, lo que hizo más fácil la tarea.
Las autoridades sanitarias no habían logrado entonces un sistema para el manejo de cuerpos, y Ana cuenta que al llegar a la morgue se encontró con pilas de cadáveres dentro de bolsas con cierres; unas imágenes que darían la vuelta al mundo y no solo desde México.
*Amante de las artes, la música, la fotografía y el teatro, y aficionada a la escritura.
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